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Esclavitud mental

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RODRIGO CABALLERO
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El torpe aliño indumentario con el que se describe Antonio Machado en su Retrato, dice mucho sobre la personalidad del poeta sevillano. Dependerá de cada lector interpretar el significado de esa imagen.

Pero es innegable que allí, en ese solo verso, el autor, a través de la descripción de su forma de vestir, entrega información sobre su manera de ver el mundo y pararse ante él.

Si bien se insiste en que las apariencias engañan y en que no se debe juzgar a las personas por su aspecto, la imagen es la primera forma de comunicación entre los seres humanos. Vestimenta, cortes de cabello o tinturas, tatuajes, piercings e incluso la ausencia de ellos, brindan datos más o menos precisos acerca del que los lleva puestos.

Desde el principio de los tiempos la indumentaria no solo cumple la función de proteger a las personas del clima y la vergüenza, sino que su tarea es mucho más amplia y social. Cualquiera más o menos atento e informado, sabe qué busca decirle al mundo una mujer a través de sus parietales rapados, del color que eligió para teñir su cabello e incluso el haber optado por no teñirlo.

También sabe cuál es el significado de una gorra con visera montada sobre la coronilla de un joven, y cuál es el mensaje que intenta transmitir un comunicador popular al conducir un vehículo de alta gama y marca ilustre por las estrechas callecitas de su barrio obrero.

Hacer caso omiso a estos mensajes sería, más que no discriminar, despreciar las señales que el otro envía. Ignorar los mensajes del prójimo.

Atenderlos, en cambio, es escuchar lo que quiere decirnos acerca de sí mismo y dar así por completada la comunicación, relación que depende de un emisor y de un receptor para existir.

Pero cuidado. No confundir estar atento a los códigos y señales con prejuzgar. El prejuicio, según el diccionario, es una “opinión preconcebida, generalmente negativa, hacia algo o alguien”. Tampoco discriminación. Esto sería simplemente la interpretación de un mensajes, más o menos explícito, más o menos intencional, pero que está ahí, flotando en el éter, que alguien escribió y se encuentra disponible para el que lo pueda y desee leer.

El bienpensantismo que se intenta imponer a la fuerza puede pretender que uno no se exprese ante estos mensajes. De hecho, en la mayoría de los casos lo logra, pues son pocas las personas dispuestas a exponerse a la ira de los iluminados. Ellos, por estar convencidos que se encuentran en el lado de la justicia y el bien, siempre asistidos por la verdad y las buenas intenciones, acostumbran sentenciar sin juicio y excederse a la hora de aplicar los castigos. Se pasan de rosca y reprimen como el que más. Reprimen. Cancelan. Por eso es más rentable seguirles la corriente y decirles a todo que sí.

De todos maneras, si bien podrán presionar para influir en lo que uno dice y en cómo lo dice, no se van a poder meter jamás en nuestro pensamiento. Y al final del día, las decisiones uno no las toma por lo que expresa o calla frente a los inquisidores, sino por las conversaciones con el que vive adentro.

“Emancípese de la esclavitud mental, alentaba Bob Marley en su Redemption Song, nadie más que usted puede liberar su mente”. Mientras no seamos libres de pensar lo que se nos cante, los enemigos de la libertad se habrán salido con la suya.

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