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Los dinosaurios

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RODRIGO CABALLERO
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¿Qué clase de país anacrónico es este en el que nos ha tocado vivir? ¿Qué insólitas sensibilidades habitan en nuestros compatriotas para que la realidad refleje voluntades tan desfasadas con los tiempos que corren y tan atadas a un pasado que parece no haber manera de dejar atrás?

¡Suéltame pasado! Exclamó Carlos Núñez Cortés en un desopilante sketch de Les Luthiers y lo replicó nuestro editor Martín Aguirre en su columna del domingo pasado, aun sabiendo que, como los comunistas de las pesadillas del también desopilante Adauto Puñales, el pasado reciente nos tiene bien agarrados con sus tentáculos.

Sí, tentáculos.

Uruguay vivió, entre 1963 y 1984, una etapa donde guerrilleros y militares alteraron de manera negativa la vida de los ciudadanos comunes y corrientes. Milicos y tupas, al decir del título de un libro escrito por un conocido periodista local, torcieron la historia de nuestro país. O mejor dicho, la retorcieron.

A 56 años y medio de la primera acción tupamara -el robo de armas al Club de Tiro Suizo en julio de 1963- los dos sectores más votados en las últimas elecciones nacionales fueron: Movimiento de Participación Popular (MPP) y Cabildo Abierto (CA).

Cada uno de ellos cosechó alrededor de 250 mil votos. Alrededor de medio millón de uruguayos expresaron en las urnas su deseo de un gobierno encabezado por un militar o por tupamaros.

A la vez, al cabo del corriente año, los programas periodísticos en televisión no se cansaron de mostrar milicos y tupas hablando acerca de los problemas que tuvieron entre ellos sesenta años atrás. Se cambiaban figuritas, se cobraban viejas facturas y se tiraban tierra encima unos a otros sin importarles que a la mayoría de los que estamos al otro lado del tubo catódico, nos parecía estar asistiendo a un documental sobre monstruos antediluvianos.

Más de medio siglo de pactos, secretos, mentiras y acuerdos entre unos pocos carcamanes no han sido suficientes para que la población pensante comprenda que ese mundo ya no existe más. Que ese pasado solo debe servir para que las nuevas generaciones tomen el ejemplo de lo que no se debe hacer.

Aunque nada indica que algo así vaya a suceder. Al menos no en el corto plazo. Por el contrario, las ideas del pasado parecen seguir cobrando fuerza.

Prueba de ello es el triunfo en las urnas montevideanas de la Ingeniera Carolina Cosse, representante del Partido Comunista, hija y nieta de militantes del mismo sector.

La capital del país es nuevamente comunista, como ya lo fue con Ana Olivera en el período 2010-2015, como lo son la China Popular, Cuba, Laos, Vietnam y la Corea del Norte.

En pleno 2020 vuelve a gobernar Montevideo una ideología del pasado, enterrada bajo capas y más capas de fracasos, de miseria, de hambre, de ignorancia y de sistemática supresión de las libertades individuales.

¿Por qué en nuestro Uruguay siguen existiendo semejantes voluntades?

La respuesta a este interrogante es una sola: porque es un país libre. Y en los países libres, cada quien puede elegir lo que considere mejor.

Mientras esa característica se mantenga, a pesar de los dinosaurios, todo va a estar bien. Al menos eso quiere creer la mayoría sensata.

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