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La culpa es nuestra

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RODRIGO CABALLERO
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Pasó más un año desde que se declaró la pandemia. Casi trece meses en los cuales se ha visto de todo: países arrasados, sistemas de salud desbordados, cifras de muertos desoladoras.

Vimos fallecidos cercanos, fallecidos famosos, fallecidos queridos. Algunos ancianos y otros no tanto. Hasta vimos fallecidos jóvenes.

Escuchamos historias de semejantes peleando por un poco de oxígeno en una cama de CTI, boca a bajo y con un caño de plástico en la garganta. Lejos de sus afectos. Lejos de donde quisieran estar.

Nos enteramos que un amigo marchó al seguro de paro y que aún no lo han reintegrado. Que otro fue despedido porque la empresa donde trabajaba está con la soga al cuello y tuvo que reducir personal. Escuchamos de un familiar que debió bajar la cortina y de un vecino que no le quedó otra que malvender el auto.

Supimos de amigos y familiares que tuvieron que ponerse a amasar alfajores, pastas o tortas para ofrecer en redes sociales. Otros que arrancaron a fabricar artesanías, muebles, juguetes, adornos.

Abundan los casos de personas que hace un año no pueden ver a los hijos que viven en otros países. Y de hijos que no pueden ver a sus padres. Abuelos a los nietos y nietos a sus abuelos. Supimos de niños solos en sus casas el día entero mientras sus padres salían a trabajar. De niños sin escuela, sin cumpleaños, sin amiguitos. De niños que perdieron a sus abuelos y de niños que quedaron huérfanos por el Covid.

Después de un año y un mes en el que todos, sin excepción, perdimos un poco, mucho o todo, la mayoría no aprendió nada. Aún hoy, después de tanto, la policía debe salir a disolver reuniones, fiestas, aglomeraciones. Incluso ahora, con más de 3 millones de muertos y 140 millones de contagiados en el mundo, seguimos durmiendo la siesta.

El motivo único por el cual alcanzamos picos récord de contagios y de muertes es el mismo que nos llevó, durante todo el 2020, a ser los diferentes del mundo. Y es la conducta de los ciudadanos. Esa que hasta hace poco nos hacía inflar el pecho de orgullo.

Así que la culpa es toda nuestra. Y de nadie más.

No hay que buscarla en el presidente Lacalle ni en el ministro Salinas ni en la cepa de Manaos, como antes buscamos la razón del éxito en la BCG y en el mate nuestro de cada mañana. Acá los responsables últimos y únicos son los ciudadanos. Los que fueron a la plaza a dar la talla, a 18 a revindicar los derechos de la mujer, al Palacio a manifestar contra la LUC. A fiestas, asados, reuniones, comparsas.

La libertad responsable fue engendrada para que la gente pudiera seguir laburando y el país no se fundiera. Pero claro, no hay que olvidar que vivimos en una tierra donde, antes de la libertad responsable, ya existía la viveza criolla. Y si hay algo perjudicial para el prójimo, son los vivos. Los que creen que a ellos no les va pasar.

Así como hubiera sido injusto que el Gobierno se adjudicara el éxito de los meses anteriores, también lo es cargarle la culpa por el desastre actual. ¿Cuál sería la falla de Lacalle Pou y su equipo? ¿No haber salido a reprimir con las fuerzas del orden? ¿No haberla emprendido a cachiporrazos, multas y calabozo?

Duele el saberse a punto de meter un nuevo Maracanazo y perderlo por nabos. Claro que duele. Pero más duele asumir que uno es un nabo.

Tan nabo que necesita que le peguen para hacer lo que le conviene.

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