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El covid está de fiesta

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RODRIGO CABALLERO
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El coronavirus se frota las manos esperando el 24 de agosto. Con antecedentes de 400 fiestas y más de 600 mil concurrentes en una sola velada, nada podría ser más auspicioso para el virus que la concreción de esta tradicional celebración, declarada de interés turístico en 2004.

La Noche de la Nostalgia promete al afamado bicho las condiciones ideales para finalmente expandirse en nuestro territorio.

La propagación será potenciada por la imposibilidad de mantener el distanciamiento social a causa tres factores inevitables: la fecha invernal que obliga a realizar los eventos en ambientes cerrados; la música fuerte, que obstruye cualquier tipo de comunicación que no sea con la boca de uno pegada al oído del otro; y por último lo que todos conocemos y que Sergio Dalma muy bien supo comunicar con su voz de seductor impenitente: bailar de lejos no es bailar.

Este año, además, la noche cuenta con un condimento extra: la clandestinidad. Las fiestas están prohibidas y todo lo prohibido tiene, para muchos, un sabor especial. Sobre todo en la madrugada.

Al comienzo de la pandemia en Uruguay, incluso antes de que se decretara la suspensión de las clases, el Director de Salud, Dr. Miguel Asqueta, recordó la epidemia de cólera que asoló América del Sur en el año 1990. El jerarca destacó que fue Uruguay el único país del continente al cual la epidemia no pudo ingresar. No se registró dentro de nuestras fronteras un solo caso de este mal, afirmó. Luego explicó que dicho logro no respondió a la Academia ni a la Facultad de Medicina. Tampoco al trabajo de los médicos ni de la Organización Mundial de la Salud. A la epidemia la frenó la comunicación, aseguró el funcionario. En aquel entonces, se le dijo a los uruguayos que había que lavarse las manos y hervir el agua que se iría a ingerir. Además, no se debían compartir los objetos de uso personal. La población adhirió a las recomendaciones y gracias a eso se logró frenar el ingreso de la epidemia al territorio nacional. Se responsabilizó de este comportamiento a la educación de los orientales y el orgullo infló tres millones de pechos.

Treinta años más tarde el país vive un problema de similares características, con la diferencia que hoy existe la internet, las vías de comunicación son más abundantes y los mensajes alcanzan a una inmensa mayoría de la población. A lo largo de estos meses, los uruguayos, al igual que en el 1990, han adherido mayoritariamente a los consejos de las autoridades y, a pesar de algunos sustos, el virus se ha mantenido a raya. Tan a raya que la preocupación de mucha gente al día de la fecha es no poder ir al teatro o al fútbol, cuando lo que varios plantearon al principio, incluso los mismos que hoy piden por los teatros, era que no se pudiera ir ni a la esquina.

Ahora se suma una nueva inquietud. Que la gente no se aguante y salga en la Noche de la Nostalgia, llevando a la fiesta que asista, además de sus pantalones Oxford y sus lentes de Johnny Tolengo, su Covid19.

Para entrar en las organismos, el virus se aprovecha de la debilidad emocional de las personas más que de cualquier otra cosa. Y la nostalgia es una de las principales. Por eso el Corona aguarda ilusionado que empiecen a sonar los Bee Gees y los Creedence. Será la gran oportunidad para pegar el salto, como lo haría un piojo, de una peluca a otra sin que nadie pueda seguirle el rastro en la oscuridad de la noche de la Nostalgia.

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