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RICARDO REILLY SALAVERRI
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Argentina a fines del siglo XIX era el país más rico del mundo, por encima de Estados Unidos, Alemania, Reino Unido y otras potencias históricas. Hacia 1920 permanecía entre los diez países más ricos del planeta.

Desde 1930, con la crisis mundial de 1929 de trasfondo, se fue produciendo un cambio. Y, de 1940 en adelante, en el marco de un gobierno de facto de origen militar surgió la figura del General Perón, electo presidente a partir de elecciones libres en 1946 y derrocado en 1955 por un golpe militar. Del crecimiento agropecuario imparable, industrias en desarrollo, el Estado reducido, la moneda estable, el pleno empleo, los altos salarios y las reservas voluminosas, se pasó a otro sendero sin retorno. Advino el proteccionismo, la pérdida de reservas, el contralor de importaciones y divisas, la inseguridad jurídica, el dirigismo estatal todopoderoso, el patrocinio de industrias nacionales no competitivas, la depredación de la agropecuaria, y una distribución de riqueza descontrolada. La compra de votos de los más carenciados con asistencialismo elevó al peronismo desde entonces a una idolatría popular sagrada. A su vez la falta de sustento en una producción de bienes y servicios que le cimentase, dio nacimiento a la Argentina que llega a nuestros días.

En 2019 la renta per cápita de Argentina (resultado de dividir el PBI entre el total de habitantes) le había ubicado en el puesto 73º mundial y en América Latina, debajo de Uruguay, Chile y Panamá. Y, en 2020, el índice de pobreza comprendía a más del 40% de la población. A la corrupción política todo el planeta la ha visto a través de la TV y medios de comunicación. Las coimas en la obra pública, la riqueza de una expresidenta que luce hoteles turísticos de lujo y propiedades en barrios de alta burguesía, sin que se sepa cómo los pagó; millones en billetes non sanctos contados en aparatos automáticos por empresarios adictos; y, un alto funcionario tirando bolsas con millones de dólares mal habidos en un convento, son apenas perlas de un rosario infinito. La prensa independiente dice hay una diarquía, gobierno compartido, entre el presidente institucional Alberto Fernández y su vicepresidenta que toma decisiones de gobierno inapelables. Orientadas a cerrar los procedimientos penales en su contra. Fue Alberto Fernández uno de los más calificados denunciantes de la corrupción kirchnerista. A cada rato videos y notas se lo recuerdan. Sin embargo, inmutable, ha cambiado la pisada.

Sostiene el presidente una disparatada teoría sobre el pobrismo. Dice -concepto literal- que: ¡la sociedad ideal es una igualitaria en la que todos sean pobres! Le acompaña -afirma- el pensamiento del Papa Francisco. Inevitable recordar aquello de “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Destacando que la monserga viene de gente que no vive en la pobreza y que no ayuda a explicar cómo se producen energía eléctrica, alimentos, viviendas y vacunas contra el COVID-19.

El gobierno uruguayo ha sido diplomático con el presidente Fernández. Antes de nuestras elecciones vino a hacer proselitismo por el Frente Amplio al Uruguay y, su idealismo le ha llevado recientemente a dar una medalla de honor del Libertador San Martín al “Pepe” Mujica. No era obviamente un homenaje al trabajo y la producción.

Con perdón del admirado San Martín.

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