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¿Y el poncho?

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En un lugar tierra adentro, en pleno invierno, en un cruce de caminos vecinales, una escuelita preparaba una “quermés”, con bailongo incluido que movía al vecindario. Julio, criollo de la vuelta, se preparaba. Pilchas y aperos de lo mejor y un tordillo de trote compadre a la orden. Llegada la hora se calzó un grueso poncho nuevo -motivo personal de orgullo- golilla celeste de seda y sombrero alado, todo lo que, con bigote “emprolijado”, le daba estampa de prócer.

En un lugar tierra adentro, en pleno invierno, en un cruce de caminos vecinales, una escuelita preparaba una “quermés”, con bailongo incluido que movía al vecindario. Julio, criollo de la vuelta, se preparaba. Pilchas y aperos de lo mejor y un tordillo de trote compadre a la orden. Llegada la hora se calzó un grueso poncho nuevo -motivo personal de orgullo- golilla celeste de seda y sombrero alado, todo lo que, con bigote “emprolijado”, le daba estampa de prócer.

Del baile ni hablar. Capones de sobra, damajuanas anchas de tinto, alguna cosita cortada con caña venida del otro lado de la frontera, refrescos, una orquesta armada con acordeón, un par de guitarras, un cantor, todos del pago y hasta micrófono, con amplificadores, hicieron que el alboroto se prolongase hasta entrado el día. Julio se preparó para volver a las casas. Con doña María, la maestra que mantenía serena lucidez, fueron a buscar el poncho. No aparecía por ninguna parte. Doña María, viendo que el paisano se estaba poniendo nervioso lo calmaba diciéndole: “Tranquilo Julio, mire que vino toda gente buena”. A lo que Julio ya desilusionado respondía: “Sí, serán todos muy buenos pero el poncho no aparece”.

El relato viene a colación ante las pérdidas de dinero de Juan Pueblo, que hoy conocemos. La vanguardia del despilfarro la tiene la Ancap del Pepe y de Sendic. Primero fue el cierre de Pluna. Ancap aceptó cheques sin fondos de una empresa en bancarrota -Pluna- y le cortó el combustible. Quedó un muerto de casi US$ 30 millones, que se le pasó al Estado y lo pagamos con impuestos. Pluna no voló más. Pasamos a “Alas-U”, lo que a esta altura es un cuento del tío que paga sueldos de rentas generales por millones de dólares, con nuestro dinero, sin que los promotores de una no se sabe qué nueva línea, algún día tengan aviones que vuelen.

Dentro de la dimensión faraónica entre otras pirámides están ALUR y la planta desulfurizadora. Lo primero es un “proyecto productivo” del fallido Nobel. Todo pérdidas millonarias en billetes verdes.

Los votos de Bella Unión de los tupamaros son los más caros de la vida nacional. Así y todo “marcharon” electoralmente con la intendencia en Artigas. Ese desaguisado debe terminarse ¡ya! Y se deben buscar otras soluciones sociales racionales y de menor costo (hoy el azúcar de caña vale cuatro veces menos en Brasil que en Uruguay, y la aparición de nuevas formas de obtención de combustibles ha llevado el precio del petróleo a valores viles planetariamente, dejando por el camino al invento del etanol “aluriano”).

En cuanto a la planta para quitar el azufre al petróleo bolivariano, hay una denuncia penal por decenas de millones de dólares de sobreprecio (costó casi 400 millones de dólares), sobre lo que cabe pedir a la justicia la misma celeridad aplicada en el “caso Amodio”.

No es tan difícil llegar técnicamente a una conclusión.

Las cementeras de la Ancap del Pepe y de Sendic son otra historia increíble ¿Pérdidas?: monstruosas. Hay pérdidas de 30 millones de dólares anuales y se dice que habría que invertir cientos de millones más. Una pregunta ¿es esto cierto?

En lo que hace a responsabilidades pasa como con el poncho. Nadie se lo llevó. El Ministerio de Economía dice que Ancap es la culpable y Ancap dice que es Economía. ¿El poncho? No aparece.

En el saqueo -está cantado- alguien ganó (y alguien debe terminar preso). 

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Ricardo Reilly Salaverri

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