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Navidad sin tregua

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RICARDO REILLY SALAVERRI
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La Navidad -del latín “natividad”- encuentra origen en el nacimiento en Belén -o quizás Nazaret- del niño Jesús. Está arraigada con la tradición cristiana. Aún dentro de esta última su aceptación no ha contado con importantes iglesias protestantes.

Es una celebración construída por sucesivos y distintos episodios históricos que se expresan con celebraciones alejadas parcialmente de la significación original de la venida al mundo del hijo de Dios.

No obstante, atenuado el fundamentalismo religioso y en un marco de racionalidad tolerante, el acontecimiento promueve siempre sentimientos loables compartidos por muchos no creyentes. En oportunidades ha impuesto, incluso, una respetada jornada de tregua entre bandos enfrentados territorial y encarnizadamente en circunstancias físicas de combate. Es inevitable su construcción espiritual colectiva como una “noche de Amor y noche de Paz”.

Las implicancias religiosas son muchas. El nacimiento del hijo de Dios, y su carácter de Mesías. Que moriría en la cruz en un acto de entrega a los demás. La estrella de Belén. María y José y el austero pesebre -la sagrada familia- con el calor de un buey y un asno detrás. Los Reyes Magos y los regalos, junto a otros muchos aspectos, son todos temas que hacen a circunstancias de hecho que provocan controversias entre los investigadores, que discuten sobre su real ocurrencia.

La fecha del 25 de diciembre no tiene mención bíblica y no es un dato probado. En tiempos de conversión del Imperio Romano al catolicismo, pudo haber sido tomada para facilitar las circunstancias ya que en ese día tenían curso tradicionales y relevantes celebraciones de culto de los romanos a sus antiguos dioses. Su determinación oficial como día del nacimiento de Jesús responde a un decreto del Papa Liberio en el 354 d.c. En Escandinavia también se asoció la fecha a la tradición de festividades paganas que tenían lugar en ella.

Una presencia insoslayable en el devenir de la festividad y sus íconos más caracterizados es la de San Nicolás de Bari, pueblo de Italia, lugar de su entierro, en el siglo IV. Es una figura de extendida veneración hasta nuestros días. Quien -se cuenta dentro de una impresionante leyenda personal - que acostumbraba a dar regalos a los niños y la gente pobre. Para homenajearlo a su muerte se difundió la idea de efectuar regalos de tal naturaleza en la Navidad, día del nacimiento del hijo de Dios. Allí, estaría el origen de la celebración que tiene curso hasta nuestros días. Su memoria se veneró -lo que llega al presente- en una vasta extensión geográfica y humana. En Alemania se le conocía como “San Nicolaus “, lo que derivó al “Santa Claus”, nuestro Papá Noel. En Estados Unidos se le dibujó y caracterizó como el anciano gordo y bonachón que conocemos y el ropaje rojo con el que lo asociamos normalmente le fue adjudicado por la publicidad de... Coca Cola.

De esta evolución, cuyas últimas alternativas mencionadas se desarrollaron en el hemisferio norte, donde le fecha cae en invierno, derivan el arbolito nevado de Navidad, las comidas de alto contenido calórico, el trineo y los renos. Que poco se ajustan con la circunstancia de quienes vivimos la fiesta en pleno avance del verano.

Esta Navidad del 2020 nos encuentra en medio de una lucha inesperada contra un enemigo planetario, cruel e invisible, con el que estamos en guerra y con el que ni siquiera se puede pactar una tregua. Amar hoy es ser responsable.

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