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Exageración e hipocresía

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Cada tanto aparecen declamaciones dramáticas sobre nuestra capacidad de superpotencia de lavado de dinero mundial. Que lo digan burócratas internacionales del ramo es comprensible, de eso viven y no mal por cierto. Ahora, que sumen su voz autoridades nacionales especializadas de forma pública, no lo creemos aconsejable.

Cada tanto aparecen declamaciones dramáticas sobre nuestra capacidad de superpotencia de lavado de dinero mundial. Que lo digan burócratas internacionales del ramo es comprensible, de eso viven y no mal por cierto. Ahora, que sumen su voz autoridades nacionales especializadas de forma pública, no lo creemos aconsejable.

Empezando porque nuestra dimensión nos hace un grano de arena respecto de la economía global y del lavado universal de dinero. No producimos, ni negociamos drogas, ni armas, ni piratería industrial, ni falsificación de dólares, ni -abreviando- tenemos capacidad de encubrir enormes evasiones fiscales. No nos da el paño. Segundo, porque el tema es un disfraz que toma de referencia a países pequeños para disimular al gran círculo internacional del negocio. Funcionarios uruguayos proclamando urbi et orbi que somos una zona de riesgo y sospechas de los movimientos de capitales, es un tiro en el pie y una voz de huida para gente de bien que quiere creer que nuestro Estado es un ente serio adentro de cuyo territorio pueden hacerse depósitos financieros e inversiones sin que se les presuma de delincuentes.

En el asunto intervienen con voz de mando gobiernos de estados nacionales poderosos, a través de organismos que les reponen (OCDE, GAFI, etc.) con cargas tributarias, controles y exigencias burocráticas insobrellevables, que hacen que quienes allí tienen disponibilidades de capital busquen lugares en lo que reciben cobertura y trato amable para estar tranquilos, y es cierto que hay capitales de procedencia indeseable que se mueven en ese orbe, pero no es sembrando alarma sobre el Uruguay que se les va a detener. Hacerlo desde adentro es mucho más una lesión a nuestra soberanía nacional, que una consideración de cualquier otro motivo.

De la mano de esta entrega, ya se ha flexibilizado el secreto bancario, eliminado las sociedades “off shore”, disminuido la confidencialidad de nuestras sociedades anónimas, eliminado el secreto tributario con vecinos de rampante corrupción como Argentina y Brasil, y se pretende hacer de nuestros abogados, contadores, escribanos , agentes inmobiliarios y otras prestadores de servicios, una suerte de policía secreta que en vez de atender su profesión, tendría que convertirse cada uno de sus miembros en un agente 007, James Bond, encargado de llevar adelante investigaciones diabólicas sobre orígenes de fondos, para lo que no tienen el menor medio de operar.

Hay en todo esto algo ideológico. Se parte de que tener empresas, propiedades, vocación de emprendimiento, ahorros e invertir es malo, y que deberíamos organizarnos como una sociedad en la que todos fuésemos empleados públicos, concepción propia del gobierno de los últimos diez años, vigente en la república. Citaré brevemente una de las más gordas hipocresías en el tema. Los grandes lavadores de dinero mundiales son las corporaciones internacionales dueñas del mundo financiero, industrial, productivo, comercial y militar. Sus reductos para “la lavandería” son paraísos fiscales impenetrables, con los que realizan toda clase de dibujos de monumental porte, y las cabezas del Gran Negocio, están en Nueva York y la “city” de Londres, con tentáculos que no dejan de alcanzar parte alguna del planeta (Las islas del Tesoro) Nicolás Shaxson, Fondo de Cultura Económica, 2014).

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Ricardo Reilly Salaverri

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