Nuestra historia nacional desde los orígenes en adelante ha estado influenciada por las circunstancias políticas de los actuales estados de Argentina y Brasil.
En 1991 se celebró el Tratado de Mercosur, que nos incluía junto con los mencionados y Paraguay en un proyecto de creación de una zona de libre circulación de mercaderías y de personas, que sembró -para nosotros-buenas realidades al comienzo lo que hoy se ha diluído. Argentina -imprevisible- viene en caída económica libre y nos lesiona -entre otras cosas- con el turismo a precios regalados merced a las circunstancias cambiarias, que lleva masivamente a los uruguayos a comprar del otro lado del charco. Y, Brasil -el país continente- encerrado en sí mismo, nunca ha mirado con demasiada inquietud lo que sucede al sur de sus fronteras.
A diferencia del Frente Amplio y sus gobiernos, -ligados a cuanta tiranía y fracaso “socialista” vienen depredando a cuanta humanidad someten-la cancillería nacional tradicionalmente ha practicado la máxima artiguista que reza: “nada debemos esperar sino de nosotros mismos”. Sano egoísmo criollo para mirar lo que sucede en el vecindario y el mundo -sin prejuicios “ideológicos”- en función de lo que es mejor para el pueblo uruguayo. Pruebas al canto el pasado domingo se congregaron 300 frentistas -con ritmo de samba- en su sede partidaria capitalina para vivar lo que sería el aplastante triunfo electoral de Lula proyectado por encuestas, vinculadas en algún caso e a grupos económicos y periodísticos, contrarios al actual presidente Jair Bolsonaro (en particular Folha de San Pablo y O Globo de Río de Janeiro). Llegando a predecir que Da Silva ganaría en primera vuelta por paliza.
Lula Da Silva y el fallecido Fidel Castro fueron quienes en 1991 al caer la Unión Soviética fundaron el Foro de San Pablo para dar continuidad a los despropósitos soviéticos. Es una organización que acumula desastres sociales junto con otras subsiguientes -Celac, Grupo de Puebla, etc.- en cuyo santoral revistan los Castro, Maduro, Ortega, Correa, Morales, y cercanamente -abreviando- la familia Kirchner.
La primera vuelta de Brasil ha reducido la diferencia electoral entre los dos candidatos a un 5%, y ha consolidado una sólida mayoría liberal en las cámaras de senadores y diputados, lo que implica un freno institucional a cualquier desplante que de triunfar quisiese impulsar la colación encabezada por Da Silva. Igualmente Bolsonaro ha ganado la gobernación en estados gravitantes (caso de San Pablo, Río de Janeiro, Paraná y Rio Grande del Sur). Hacia una incierta segunda vuelta el bolsonarismo renovará la cita de la corruptela del gobierno que presidiesen su opositor y su sucesora Dilma Rousseff, que derivó a múltiples procesamientos penales de empresarios y políticos. El ayer trotskista Da Silva, hoy exhibe una fortuna personal declarada de 3.660 millones de dólares y sus hijos y otros familiares han sido denunciados por un abultado e injustificado enriquecimiento (Infobae 26/01/18, cit. Revista Veja).
Mientras Lula anuncia intervencionismo estatal y proteccionismo comercial, al tiempo de la complicidad internacional con las organizaciones “progresistas” aludidas, de Bolsonaro es posible creer redoblará una política republicana de economía libre y abierta internacionalmente, lo que es mejor para nuestro país. Sin olvidarnos, como enseñara Artigas que esencialmente primero debemos confiar siempre en nosotros mismos.