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PABLO DA SILVEIRA

En el Barrio Borro hay un pequeño liceo que atiende a un centenar de alumnos. Sus cursos sólo abarcan los tres primeros años de secundaria. El instituto, que abrió sus puertas en 2002, es privado pero casi gratuito. El pago promedio oscila en torno a los cien pesos por mes. El resto de los recursos se consigue mediante donaciones.

Trabajando en un contexto difícil, este liceo obtiene resultados muy superiores a los de la enseñanza pública. En los liceos estatales que operan en contextos muy desfavorables, la tasa de repetición en primer año es del orden del treinta por ciento. En este instituto apenas supera el cinco. En los liceos públicos que operan en contextos muy desfavorables, de cada cien alumnos que se inscriben en primero, sólo unos 40 terminan tercero en el tiempo previsto. En este pequeño liceo, dos de cada tres alumnos que iniciaron sus cursos en 2002 o 2003 consiguieron promover tercero al final del tercer año. En 2005 se logró la deserción cero: los alumnos que terminaron el año (ya sea en primero, segundo o tercero) fueron los mismos que lo empezaron. Tampoco hay problemas de violencia ni vandalismo. El edificio en el que funciona es modesto, pero no hay paredes escritas ni bancos rotos.

Alguien podría creer que la diferencia está en que este instituto cuenta con mucho dinero, pero lo cierto es lo contrario. El costo por cada egresado de tercer año para las generaciones que ingresaron en 2002 o 2003 (teniendo en cuenta la repetición y la deserción) fue inferior a los 2.500 dólares. Un estudio publicado por ANEP en 2003 reveló que, en nuestros liceos públicos, el costo por cada egresado del Ciclo Básico supera los siete mil. Las cifras no son estrictamente comparables pero dan una idea de la diferencia.

El pequeño liceo del Barrio Borro es el Liceo Jubilar Juan Pablo II. Se trata de un colegio confesional y eso será suficiente para que muchos lo desestimen. Pero el carácter católico del instituto no explica sus logros. Bien podría tratarse de un colegio ateo, judío o protestante. Lo que realmente hace la diferencia es que en esta institución hay condiciones que no existen en nuestros liceos oficiales: hay un director comprometido con la comunidad educativa, que conoce por su nombre a cada uno de los alumnos; hay un cuerpo docente consustanciado con un proyecto y consciente de la importancia de su propia labor; hay un clima interno que permite resolver conflictos y facilita la cooperación.

Ante los malos resultados que está obteniendo nuestra educación pública, la respuesta que se da una y otra vez desde el propio sistema educativo alude a las dificultades del entorno: los resultados son malos porque los estudiantes tienen carencias económicas y culturales. Esta respuesta encierra una cuota de verdad, pero también es muy cómoda para quienes la formulan. Según esta versión, la raíz de los problemas está fuera de las escuelas y liceos. Dentro del sistema no hay nada que corregir

Experiencias como el Liceo Jubilar muestran que la apelación al contexto no alcanza para explicar los malos resultados educativos. La pobreza y el deterioro cultural son obstáculos formidables, pero la evidencia muestra que (en nuestro país como en todo el mundo) el modo en que se organiza una institución tiene consecuencias decisivas: algunas instituciones educativas tienen éxito allí donde otras fracasan.

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