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Sobre atrevernos a cambiar

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renato opertti
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En el marco de los actos celebratorios de sus 100 años de intenso e influyente trajinar, el diario El País organiza un ciclo de conferencias denominado “Los Grandes Temas del País”.

La primera de ellas, denominada “La Reforma Educativa: Lo que hemos aprendido, lo que falta imaginar” (7 de setiembre 2019), fue relevadora de la significación que tiene la educación como el tema país.

El economista Javier Saavedra, quien actualmente se desempeña como Director superior de las Prácticas Mundiales del Banco Mundial, expuso en la conferencia. Saavedra lideró uno de los procesos de innovación más relevantes en América Latina acaecidos en las últimas dos décadas cuando se desempeñó como Ministro de Educación de Perú (2013-16).

Saavedra nos ilustró sobre las tres notas características que son comunes a procesos de cambios educativos efectivos: (i) claridad y robustez conceptual en lo que se piensa hacer; (ii) alineamiento del sistema político y de la política para apoyarlo y concretarlo, y (iii) capacidad técnica de implementar las ideas munidas de estrategias sensatas y con foco en lograr impactos fuertes y sostenibles.

Conjuntamente con Adriana Aristimuño, tuvimos la oportunidad de presentar en el marco de dicha conferencia, los trazados fundamentales que permean la propuesta de cambio educativo impulsada por Eduy21 (www.eduy21.org), y que está en clara sintonía con lo señalado por Saavedra. Nos referimos básicamente a dos aspectos: (i) cinco órdenes de problemas que nos interpelan como país; y (ii) lo que propone Eduy21 como base de un acuerdo interpartidario, social y educativo, para una década.

Identificamos cincos problemas. En primer lugar, estamos en deuda con nosotros mismos, esto es, con la identidad de un país de una fuerte tradición e impronta de estado benefactor/social, de reconocimiento histórico de la educación como derecho humano, bien común, eje de la política social y de la integración cultural. Tenemos el enorme desafío notoriamente inconcluso de repensar y gestar una nueva generación de políticas educativas progresistas y transformacionales.

En segundo lugar, señalar claramente y sin “correcciones políticas” que no hemos encontrado respuestas de fondo promoviendo cambios en los márgenes o en estructuras paralelas. No obstante, los significativos avances registrados en los últimos 30 años, muchas veces transformacionales, puntuales y también discontinuados, el sistema educativo sigue jaqueado por tres maldiciones: (i) una calidad deficitaria en las bases de conocimientos requeridas para desempeñarse competentemente en la sociedad en diversos planos; (ii) una inequidad intolerable que echa por tierra cualquier imaginario de una sociedad de cercanías sociales y justa en oportunidades; y (iii) una excelencia que es marginal al sistema educativo y que es asimismo, vista con desconfianza y con estigma.

En tercer lugar, por mucho tiempo hemos descuidado reflexionar sobre el para qué y el qué de la educación, y su articulación con el cómo, dónde y cuándo. ¿Qué tipo de educación, sistema educativo, centro educativo, currículo, pedagogía y docente se requiere para qué sociedad, comunidad, ciudadanía y persona?, sigue siendo el punto ineludible de partida de una propuesta de cambio educativo. Su no consideración nos ha llevado a una educación que enfrenta serios problemas de relevancia en sus propósitos y contenidos, que se agudizan ante la ausencia de respuestas en qué formar y cómo hacerlo ante un mundo de disrupciones planetarias.

En cuarto lugar, vivimos las consecuencias y las penurias del encapsulamiento en el espíritu insular, el conformismo intelectual y lo políticamente correcto. Las “vacas sagradas” que no pueden tocarse, las palabras prohibidas, ideas que no se consideran por prejuicios y anteojeras ideológicas, y un sistema educativo que funciona por silos que no dialogan sustantivamente entre sí, impacta, entre otras cosas, en un empobrecimiento del debate intelectual y propositivo. Ha faltado y falta libertad para expresarse sin ataduras. Quizás un posible resultado de estas y otras situaciones y factores, yace en que el Uruguay es de los países de la región con menor incidencia y grado de profundidad en innovaciones curriculares, pedagógicas y docentes generadas desde el cerno del sistema educativo.

En quinto lugar, un sistema político que le ha costado y aún le cuesta tomar riendas legítimas en los asuntos de la educación. Aun cuando desde el retorno al régimen democrático en 1985, el sistema político ha evidenciado la necesidad de promover un acuerdo en torno a un cambio educativo, todavía se está lejos de apropiarse de una propuesta de cambio para liderar una política pública en educación en un horizonte de tiempo de por lo menos una década. Ha faltado liderazgo, audacia, idea y cariño por el porvenir.

A la luz de estos problemas, la propuesta de Eduy21 se resumen en tres aspectos. En primer lugar, forjar un acuerdo del sistema político para apoyar el cambio educativo. Tres son los pilares del acuerdo: (i) cambios profundos, sistémicos y realizables en fines, contenidos, maneras de enseñar y de aprender, y de evaluar; (ii) una nueva forma de organización del sistema educativo, más compacta, colaborativa y eficiente; y (iii) que nos comprometamos como país a por los menos dos gestiones de gobierno para que el cambio se cimiente y se vaya cristalizando desde el primer día.

En segundo lugar, tomar cabal conciencia que los cambios programáticos e institucionales van de la mano. En términos programáticos, Eduy21 plantea una educación unitaria (en fines), compacta (en procesos de aprendizaje) y diversa (en instituciones y enfoques) de 3 a 18 años, integrada por una educación básica de 3 a 14 años, y una educación media superior de 15 a 18. La formación de los alumnos estará sustentada en un conjunto de conocimientos y competencias que sirvan de soporte para la vida personal y comunitaria, el ejercicio de la ciudadanía, el emprendimiento y el trabajo.

Los cambios programáticos se sustentan en un nuevo orden institucional. Planteamos cuatro claves fundamentales: (i) Ministerio de Educación con un claro mandato de conducción política; (ii) Codicen fortalecido en la implementación de la política educativa con dos brazos ejecutores: Consejos de Educación Básica (CEB, 3-14) y Media Superior (CEMS, 15-18); (iii) participación docente en el Codicen, CEB y CEMS; y (iv) centros educativos, pú-blicos y privados, con capacidades, márgenes de maniobra, equipos estables, recursos y apoyos para liderar los procesos educativos a niveles locales.

La sostenibilidad del cambio educativo se funda en cuatro soportes: (i) sistema de evaluación de aprendizajes para apoyar a los alumnos y transparentar la información a la sociedad; (ii) sistema de formación universitaria para jerarquizar la formación de educadores desde el nivel inicial en adelante; (iii) mejora de la gestión institucional de la ANEP - unicidad, poder de mando, simplificación y ejecutividad; y (iv) pacto presupuestal decenal para alinear la inversión y el gasto a los objetivos y a las metas del cambio educativo. El camino está trazado. La palabra inicial la tiene la política en su mejor y más noble expresión.

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