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La razón de ser de Eduy21 es transformarse progresivamente en un interlocutor confiable del sistema político para contribuir a un acuerdo educativo que revista tres características fundamentales. Primariamente, que el mismo implique cambios profundos y aquilatados en los fines, en los contenidos y en las maneras de enseñar, de aprender y de evaluar. En segundo lugar, que comprometa al sistema educativo en sus diferentes niveles y en una renovada forma de trabajar colaborativamente en base a objetivos compartidos. Por último, que sea sostenible y realizable en un horizonte de tiempo de un decenio, comprometiendo recursos alineados con el cumplimiento de metas de expansión de servicios y de aprendizajes, con foco en poblaciones vulnerables.

La propuesta de un acuerdo educativo no es nueva. Tiene antecedentes valiosos en diferentes períodos de gobierno, donde se constató voluntad política e intencionalidad de escuchar y de incluir. Analizamos los fundamentos de un acuerdo educativo y sus principales finalidades.

La necesidad de un acuerdo tiene cuatro referencias fundamentales. En primer lugar, implica asumir que el rol de la educación es clave para repensar las bases de desarrollo y de convivencia del Uruguay como una sociedad de oportunidades a la luz de un mundo impactado por cambios disruptivos. La disrupción es el proceso por el cual se invalidan nuestras formas tradicionales de tomar decisiones individuales y colectivas (Stiegler, 2016) y que nos afectan como personas, ciudadanos, trabajadores e integrantes de la sociedad.

En segundo lugar, demuestra la voluntad de encarar las tres maldiciones que han jaqueado al sistema educativo en las últimas tres décadas. Por un lado, una calidad deficitaria en la adquisición de los conocimientos y de las competencias -es decir, responder a desafíos- necesarios como base de todo aprendizaje y de un desempeño competente en la sociedad. Básicamente, nos referimos a lenguas, matemáticas y ciencias. Por otro lado, una situación de inequidad intolerable que se refleja en brechas de acceso, permanencia y egreso que penalizan severamente a los sectores más desprotegidos de la población. Por último, una excelencia marginal que, en gran medida, es el resultado de un sistema educativo que no tiende a apuntalar el potencial de aprendizaje que tiene cada alumno, donde el destaque de los alumnos carga con connotaciones negativas.

En tercer lugar, es perentorio fortalecer las sinergias entre el para qué y en qué educar y aprender con el cómo, cuándo y dónde hacerlo. Siempre es necesario preguntarse sobre qué tipo de educación, sistema educativo, institución educativa, currículo, pedagogía y docente se requieren para qué sociedad, comunidad, ciudadanía y persona. Su omisión puede llevarnos a una educación irrelevante en sus propósitos y contenidos aun cuando sea gestionada eficientemente.

En cuarto lugar, la necesidad de que el sistema político se apropie de una propuesta de cambio educativo para liderar una política pública en un horizonte de una década por lo menos. Ejercer este liderazgo implica comprometer al sistema político como garante de oportunidades de aprendizaje para que alcancen a todos y todas con independencia de sus condiciones y capacidades. Estado sí garante del derecho de la educación como bien común que habilita la formación de una sociedad de iguales (en oportunidades y capacidades), diferentes (en opciones de toda índole) y semejantes (en espacios, valores y pertenencias, EDUY21, 2018).

El acuerdo educativo se fundamenta, pues, en que el sistema político opte por recrear las bases de sostenibilidad de desarrollo y convivencia del país y apueste decididamente por congeniar altos niveles de equidad y calidad a la luz de un mundo que cambia profundamente y a ritmos exponenciales.

Asimismo, es clave preguntarse sobre para qué y en qué educar y aprender antes de adentrarse en los detalles de implementación. Identificamos cinco aspectos. En primer término, la educación debe ayudar a congeniar la felicidad individual y colectiva contribuyendo a un desarrollo integrado y balanceado de las personas. No hay intervención educativa perdurable que no esté basada en entender los valores, referencias y emociones de docentes y alumnos.

En segundo término, promover una formación ciudadana para un ejercicio pleno de la libertad. El alumno de-be estar facultado y alentado para asumir un rol activo en proponer, interpelar e innovar, así como de aprender a vivir juntos en las diferencias. La educación para la ciudadanía se ancla en una combinación de conceptos claros y ejercitación práctica, así como de ampliación de miradas que cuestionen pensamientos únicos y relatos monocolores, sean del signo que sean.

En tercer término, la educación debe recobrar la confianza y su sentido en ideales humanísticos que lleven a sentar bases comunes entre culturas que nos permitan bregar por la felicidad como individuos y como colectivos. Sentirnos genuinamente partícipes e integrados a la sociedad, así como ser respetuosos y vigilantes del planeta y su sostenibilidad. Como señala Morin (2017), la escuela debe contribuir a mejorar la calidad de vida y de pensamiento de la sociedad.

En cuarto término, desde la educación entender a cabalidad que la tecnología es una mediadora clave de cambios disruptivos, pero que no debe tomar decisiones por nosotros mismos. Si en realidad los algoritmos dominan nuestras vidas o si somos capaces de direccionar la tecnología para que nos ayude a liderar nuestras vidas no es una pregunta retórica. Tiene esencialmente que ver con una profunda discusión filosófica y ética sobre quiénes somos como humanos, cómo nos relacionamos con los demás y con los robots, y hasta qué punto estamos dispuestos a una reconfiguración radical de nuestros ciclos de vida y de muerte, de vida en sociedad, de formación y de trabajo. La educación debe compartir marcos de referencia para que podamos ser autónomos, proactivos y responsables en nuestras decisiones.

En quinto término, la educación tiene que formar en un conjunto de conocimientos y competencias que le permitan al trabajador responder efectivamente a problemas que hoy no existen y que no puedan eventualmente ser resueltos por las máquinas. Empatía, pensamiento crítico, flexibilidad, creatividad, colaboración, comunicación y negociación con los otros y aprender a aprender constituyen maneras de pensar, actuar y trabajar que son esenciales para desempeñarse a futuro en ocupaciones y tareas que hoy no existen. 

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