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Trump tuitea y juega al golf

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PETER BAKER
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Cuando el convoy del presidente Donald Trump arribó a su club de golf en Virginia una nublada mañana de domingo, un pequeño grupo de manifestantes esperaba en la entrada.

Uno de ellos sostenía en alto una pancarta que decía: “I care and you? 100,000 dead” (A mí me importa, ¿y a usted? 100.000 muertos).

Aunque Trump y sus asesores han dicho que sí le importa, no se esforzó mucho en demostrarlo este fin de semana que Estados Unidos celebra el Día de los Caídos. Dio órdenes de izar las banderas a media asta en la Casa Blanca solo después de recibir varias críticas y, fuera de ese gesto, no le preocupó ninguna otra expresión pública, con todo y que el número de víctimas mortales de la pandemia del coronavirus rondaba la impresionante cifra de 100.000.

Justo cuando el país estaba a punto de alcanzar cifras de seis dígitos de muertos, el presidente que criticó en repetidas ocasiones a su predecesor por haber ido a jugar golf en plena crisis, pasó el fin de semana en el campo de golf por primera vez desde marzo. El tiempo que no pasó desplazándose a toda velocidad en su carrito, se dedicó a visitar las redes sociales, donde difundió teorías conspirativas extraoficiales, amplificó mensajes de una cuenta racista y sexista de Twitter y les lanzó insultos infantiles a supuestos enemigos, incluido su antiguo fiscal general.

Esta cifra de muertos era un número que, según Trump, nunca se alcanzaría. A finales de febrero dijo que solo había quince casos de coronavirus en Estados Unidos, una cifra menor a la real, y declaró que “esos quince, en unos cuantos días, bajarán a casi cero”. Será difícil encontrar en los anales de la historia de la presidencia estadounidense una predicción que haya estado errada por un margen más catastrófico. Incluso después de reconocer más tarde que no bajaría a cero, insistió en que el número de víctimas se ubicaría “sustancialmente por debajo de los 100.000”.

Al día de hoy, el coronavirus ha infectado a 1,6 millones de personas y cobrado tantas vidas que podría compararse con un fenómeno capaz de arrasar con una ciudad estadounidense mediana (como Boca Ratón, Florida, por ejemplo) y sencillamente borrarla de la faz de la tierra. Lo peor es que no es el único problema de la nación, que también enfrenta el desplome económico más grave desde la Gran Depresión.

Trump, que ha sido objeto de duras críticas por su aletargada respuesta a la pandemia y las ineficaces medidas aplicadas en un principio, se concentró el domingo en los avances más recientes, pues prefiere ver al futuro y dejar atrás el pasado. “¡En todo el país, los casos, números y muertes van a la baja!”, exclamó en Twitter.

Si observamos las estadísticas generales, los casos van en descenso en catorce estados y en Washington D. C., pero se mantienen estables en veintiocho estados y en Guam, mientras que van en ascenso en ocho estados y en Puerto Rico, según una base de datos de The New York Times. La Asociación Estadounidense de Salud Pública afirmó que el parteaguas de 100.000 víctimas marca el momento de redoblar esfuerzos para reducir el virus, no de suspenderlos.

“Se trata de una tragedia y también de una llamada a la acción”, indicó en un comunicado. “Las tasas de infección van hacia abajo en general, pero con 1,6 millones de casos en el país en los últimos cuatro meses, no esperamos que el brote acabe pronto. A diario aparecen nuevos focos de infección y las tasas permanecen estables por lo menos en veinticinco estados”.

El presidente cree que ahora debe ponerse énfasis en la recuperación y no en la tragedia, así que ha urgido al país a reabrir la maltrecha economía para volver a alguna forma de vida pública. Aunque viajará a Baltimore el lunes para conmemorar el Día de los Caídos y rendirles tributo a los soldados que perdieron la vida (y quizá a las víctimas del virus), su decisión de jugar golf dos días seguidos dio una señal muy distinta, pues les da a entender a los ciudadanos que está bien salir de casa, ir al campo de golf, asistir a la iglesia, retozar en la playa y regresar a trabajar.

Su enfoque con respecto al número de muertos es clínico, hace pronósticos que la realidad supera con gran rapidez, y luego declara que la nueva realidad es mejor que lo que podría haber ocurrido. De hecho, plantea la nefasta noción política de que será un triunfo que el conteo final se ubique por debajo de los 2,2 millones de muertos que, según la predicción más extrema, habría ocasionado la pandemia si el país no hubiera tomado ninguna medida en respuesta.

La semana pasada en la Casa Blanca, Trump se adjudicó de nuevo el crédito por haber limitado los viajes procedentes de China a principios de febrero. “Habríamos perdido millones de vidas de no haberlo hecho”, aseveró. “Vean: Si perdimos 100.000 vidas, habríamos perdido como mínimo un millón punto dos, punto tres, quizá punto cinco. Pero digamos que un millón. Así que hubieran sido diez veces más de las que ya perdimos”.

Los críticos del presidente opinan que no podrá convencer a los electores este otoño de que deberían agradecerle que haya alrededor de 100.000 muertos (por ahora) solo porque podría haber sido peor.

Sin embargo, los republicanos esperan que los electores culpen a China por no haber sido más franca en cuanto al virus y que en los demás temas normen su criterio con base en la opinión que ya tenían de Trump. “En general, creo que al final se ajustará a las líneas partidistas normales”, dijo Scott Jennings, empleado republicano. “Si odias a Trump, nada de lo que hizo te parecerá bien. Si amas a Trump, pensarás que los medios y los gobernadores demócratas son los culpables por lo exagerado de sus publicaciones y sus reacciones, respectivamente”.

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