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Trump pulverizó la verdad y la realidad

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Peter Baker (*)
(*) Es corresponsal jefe de The New York Times en la Casa Blanca.
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Desde los lóbregos días de la Guerra de Secesión, de 1861 a 1865, y sus alcances no se había visto un día como el del miércoles 6 de enero.

En un Capitolio lleno de soldados fuertemente armados y de detectores de metal recién instalados, tras haber despejado el desastre físico del ataque de la semana pasada, pero con el desastre político y emocional aún a la vista, el presidente de Estados Unidos fue sometido a un proceso de destitución por intentar destruir la democracia estadounidense.

De algún modo, pareció como un colofón predestinado de una presidencia que en repetidas ocasiones rebasó todos los límites y tensó las relaciones de la clase política. El mandato del presidente Donald Trump está llegando a su fin con una sacudida de violencia y recriminaciones en un momento en que el país se ha fracturado de manera profunda y ha perdido el sentido de identidad. Los conceptos de verdad y realidad se han pulverizado. La confianza en el sistema se ha erosionado. La ira es el común denominador.

Como si no fuera suficiente que Trump se convirtió en el único presidente que ha sido sometido en dos ocasiones a un proceso de destitución o que los legisladores estuvieran tratando de retirarlo del cargo poco antes del término de su mandato, Washington se transformó en una miasma de suspicacia y conflicto. Un congresista demócrata acusó a sus colegas republicanos de ayudar a que la turba de la semana pasada explorara de antemano el edificio. Los congresistas republicanos se quejaron de las medidas de seguridad diseñadas para que no entraran armas al recinto de la Cámara de Representantes

Más de 4.400 personas en Estados Unidos fallecieron por el coronavirus el día anterior a las votaciones de la Cámara Baja, más en un solo día de las que murieron en Pearl Harbor y el 11 de septiembre de 2001.

Los historiadores no han podido definir este momento. Lo comparan con otros periodos de enormes desafíos como la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Secesión, la era de McCarthy y Watergate. Rememoran la paliza a Charles Sumner en el pleno del Senado y la maniobra para, por temor a un ataque, introducir furtivamente a Abraham Lincoln a Washington para su toma de posesión.

Hacen referencia al espantoso año de 1968 en que el pastor Martin Luther King y Robert F. Kennedy fueron asesinados mientras que había alborotos en los ámbitos de las universidades y los centros de las ciudades por la guerra de Vietnam y los derechos civiles. O a las secuelas de los ataques del 11 de Septiembre, cuando parecían inevitables más muertes violentas a gran escala. Y, sin embargo, no es comparable con ninguno de estos acontecimientos.

“Quisiera poder brindarles una buena analogía, pero sinceramente no creo que nada como esto haya sucedido antes”, señaló Geoffrey C. Ward, uno de los historiadores más respetados del país. “Si me hubieran dicho que un presidente de Estados Unidos alentó a una turba delirante a marchar hacia nuestro Capitolio en busca de sangre, yo les habría dicho que estaban equivocados”.

De igual manera, Jay Winik, un cronista destacado de la Guerra de Secesión y de otros periodos de lucha, señaló que no había nada equivalente. “Es un momento insólito, prácticamente sin paralelo en la historia”, comentó. “Es difícil encontrar otro momento en el que la estructura que nos mantiene unidos se viniera abajo de la manera en que lo está haciendo ahora”.

Todo esto deja por los suelos la reputación de Estados Unidos dentro de la escena mundial y convierte lo que al presidente Ronald Reagan le gustaba llamar “la ciudad brillante sobre la colina” en un caso de estudio apaleado de los desafíos a los que se puede enfrentar incluso una potencia demócrata madura.

“Prácticamente se ha terminado el momento histórico en que éramos un ejemplo”, afirmó Timothy Snyder, historiador especialista en autoritarismo de la Universidad de Yale. “Ahora tenemos que volver a ganarnos nuestra credibilidad, lo cual quizás no sea algo tan malo”.

Las escenas del miércoles 6 de enero en el Capitolio nos recordaron a la Zona Verde de Bagdad durante la guerra de Irak. Por primera vez desde que los confederados amenazaron con cruzar el río Potomac, en la Guerra de Secesión, los soldados tuvieron que acampar en el Capitolio al aire libre.

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