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pedro bordaberry
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En Agosto, en Purificación, Paysandú, por lo general hace frío.

Fría debió ser aquella mañana de 1817 para el Teniente de Navío inglés Edward Frankland. Llevaba un mes negociando con el Gral. José Artigas un Tratado.

Ese primer acuerdo comercial de nuestro país estableció, entre otras cosas, la libre navegación de los ríos y la libertad de comercio.

No era lo que hoy en día llamaríamos un TLC.

No duró mucho tiempo pero si el necesario para abrir horizontes y generar de inmediato el interés comercial de los nacientes Estados Unidos a través de su Cónsul, Thomas L. Halsey, que procuró el mismo trato unos días después.

¿Traicionaba con esto Artigas su vocación integradora y federal con Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba? ¿Hería de muerte la virtual unión aduanera que con dichas provincias establecía el Reglamento de Aduanas de 1815?

No.

Fue la salvaguarda comercial y geopolítica que Artigas buscó frente al centralismo bonaerense y al imperialismo portugués.

José Luis Zorrilla de San Martín inmortalizaría ese momento culminante de la firma del Tratado en un óleo en el que el Jefe de los Orientales -rodeado de gauchos y soldados- le alcanza a Frankland la pluma para firmar.

En el fondo se ven velas de barcos en el Río Uruguay y las banderas de Artigas y de Inglaterra.

Esa misma bandera inglesa está en los cuadros de Besnes e Irigoyen y de Juan Manuel Blanes de la Jura de nuestra Constitución en 1830.

Gran Bretaña es parte de nuestra historia.

Los ferrocarriles, el Hospital y el Cementerio Británico, el Templo y el Colegio Inglés, el British School, el Montevideo Cricket Club, el Anglo, el Frigorifico Anglo, el kiosco de la Plaza de Fray Bentos, las razas Hereford y Angus, Albión, Wanderers, Lord Ponsonby o Millington Drake, entre muchas cosas, atestiguan ese entramado británico uruguayo.

Gran Bretaña acaba de culminar el Brexit con un acuerdo de último momento. Se abre una nueva era que llaman “Global Britain“ con la que buscan revitalizar su integración al mundo.

Ya firmaron acuerdos con 55 países, entre ellos Colombia, Perú, Chile, Ecuador, Panamá y México.

Son la quinta economía del mundo y su PBI es mayor que el de Brasil, Argentina y Paraguay juntos.

¿No debería Uruguay plantearse un acuerdo con quien le unen lazos históricos tan fuertes y una relación comercial bicentenaria?

Algunos afirman que la Resolución 32-00 del Mercosur no lo permite. Lo recordó hace poco el Canciller paraguayo.

Discrepo.

Llegó el momento de desmitificar lo que se repite como verdad. La Resolución no es un Tratado. Por ende no tiene el valor de obligación para nuestro país.

Fue una decisión ministerial no internada en el derecho doméstico ni sometida a aprobación parlamentaria por ninguno de los 4 países. La propia resolución exigía que lo fuera y no lo fue. Lo que la invalida tanto por razones de forma como de fondo.

Hay más.

La 32/00 integraba un paquete de once decisiones que pretendían relanzar el Mercosur luego de la devaluación brasileña del año 1999. Era parte de un todo que buscaba una integración económica profunda.

Pretendía reafirmar el maltrecho “affectio societatis” del Mercosur al buscar sujetar los intereses económicos nacionales al fin común y superior.

Pero no era una sociedad cualquiera sino una forma muy profunda de integración económica como lo señalan las otras diez decisiones: se insistía en un Mercado Común con una Unión Aduanera.

Suponía ante todo un mercado interno único que permitiera eliminar las barreras nacionales. Pasaron veinte años y esto no existe.

Es verdad que no es menor el comercio en el Mercosur. Tan cierto como que persisten medidas no arancelarias y que la preferencia comercial es perforada por todos.

Brasil en este momento tiene arancel cero para importaciones de soja, maíz, trigo y arroz con terceros países. Requiere el abastecimiento de granos de fuera de la zona a precios competitivos en su lucha contra la inflación.

No existe esa sociedad económica con base supranacional a la que se aspiraba en 1991 y 2000. Y no por la voluntad de uno sino por voluntad de todos.

No tenemos mercado integrado ni nada que se parezca a una unión aduanera.

El fondo del asunto no sólo es legal sino económico, político y lógico.

Para lograr una Unión Aduanera se exige un grado de supranacionalidad, de coordinación macroeconómica, de integración de mercados, de coherencia y constancia política imposible de alcanzar entre las cuatro economías.

Por ello en el mundo existen muy pocas uniones aduaneras y sí cientos de TLCs.

Hay muy fuertes argumentos jurídicos y políticos para demostrar que la Resolución 32 no es un impedimento para que Uruguay pueda entablar negociaciones independientes, aunque coordinadas.

Esto no quiere decir que se deba abandonar la integración regional latinoamericana ni despreciar los mercados de Argentina, Brasil y Paraguay. Quiere decir que no podemos seguir demorando el interés de nuestro país y el trabajo de los uruguayos. Los de hoy y los de mañana.

Recordemos a Artigas en Purificación en agosto de 1817. Con gran visión geopolítica y económica firmaba el primer tratado de comercio libre.

No dejemos pasar mas oportunidades.

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