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Algunos más iguales

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Pedro Bordaberry
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George Orwell fue un escritor británico. Es interesante cómo en sus novelas logró describir el mundo que viviríamos 60 o 70 años después que él.

Una de las más famosas es “1984” en la que las personas viven controladas por un “Gran Hermano” que todo lo sabe. Con seguridad inspiró el programa de televisión que así se llama.

Hay otra, con menos repercusión, de mucha actualidad.

Su nombre es “Rebelión en la Granja” (Animal Farm) y fue publicada en 1945. En ella Orwell, miembro del partido Laborista inglés, es muy duro con los regímenes socialistas, en especial con el soviético. La novela es una sátira, crítica y mordaz, de lo que sucede con muchos gobernantes que llegan al gobierno bajo la promesa de terminar con algo o defender determinados principios y luego cambian, se benefician y obtienen prerrogativas.

La trama ocurre en una granja inglesa. Un día los animales se rebelan, expulsan al granjero y toman el control. Lo hacen bajo consignas como “todo lo que camina en dos pies es un enemigo”, “todo lo que camina en cuatro patas o tiene alas es amigo”, “nadie dormirá en una cama ni beberá alcohol” o “todos los animales son iguales”. Tras el entusiasmo inicial que sigue a la rebelión y la toma de la granja, todo parece ir bien.

Sin embargo, al poco tiempo, los cerdos Napoleón y Snowball toman el control. Los asisten las ovejas que repiten las consignas una y otra vez, y los perros que muestran los dientes cuando alguien disiente. De a poco los que gobiernan empiezan a acceder a privilegios que los demás no tienen. Primero se mudan a la casa del granjero, después empiezan a beber alcohol y a dormir en camas. Un día modifican las consignas que transforman en “nadie dormirá en una cama” pero agregan “con sábanas” o “nadie beberá alcohol en exceso”. El viejo caballo “Boxer” sigue tirando del arado, trabajan- do mucho más que antes y recibiendo menos, pero no se queja. Solo “Benjamín”, el burro, duda y se cuestiona todo. El final es tremendo.

Va aviso de spoiler al lector.

Benjamín el burro, dándose cuenta de lo que no ven los otros animales, se asoma a la ventana de la casa que había sido del granjero y ahora ocupan los que los gobiernan. Dentro de ella, los cerdos beben alcohol con los humanos (que eran sus enemigos) y … ¡en dos patas! La última oración lo resume todo: “Los animales, asombrados, pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.”

Es interesante cómo en una alegoría Orwell se anticipó a lo que sucedería en muchos gobiernos y regímenes posteriores a 1945 y que se repite hoy setenta años después de publicada. Muchos llegan al gobierno prometiendo luchar por el Pueblo, terminar con los privilegios o ser inflexibles con la corrupción. Después cambian. Compran aviones presidenciales cuando faltan ambulancias. Utilizan embarcaciones oficiales para solaz o paseo personal cuando no hay para defender la soberanía y el mar territorial. Realizan fiestas fastuosas que cuestan cientos de miles de dólares y al mismo tiempo se niegan indemnizaciones o remedios esenciales a enfermos. Vuelan en primera clase acompañados por secretarias y asistentes mientras se suben impuestos. Al mismo tiempo un coro en redes sociales sigue repitiendo las consignas de ayer, desmerecidas hoy, defendiendo a esos gobiernos.

Esto acaba de quedar especialmente de manifiesto en nuestra hermana República Argentina. En ese país se descubrió que los que bajo la consigna de “todo para el Pueblo” llegaron al gobierno, instalaron un vacunatorio VIP. En ese lugar jerarcas, amigos, parientes y compañeros se vacunaron contra el Covid-19. Lo hicieron antes que los más vulnerables y necesitados. Si estuvieran a bordo del Titanic no hubieran dudado en dejar a mujeres y niños arriba del barco que se hundía y treparse a los botes salvavidas. Son los que prometieron una Patria mejor, los que dicen preocuparse por los que menos tienen y luchar contra la oligarquía, el imperio y no sé cuantas consignas más.

En nuestro país sucedieron cosas igualmente preocupantes.

Tiramos mil setecientos millones de dólares entre la aventura de Ancap, los pilotes de la Regasificadora de Gas Sayago, la Arena y los aviones de Pluna. Mil setecientos que no se fueron en ayudas sociales, carreteras, puentes, hospitales o escuelas. Se fueron en un descontrol negligente del gasto público, en una fiesta que parecía no acabar. Eso sucedió en Uruguay, en la República Argentina, en Venezuela y en muchos países. Donde la fastuosidad, los aviones presidenciales, las fiestas y hasta la corrupción fueron de la mano de esos gobiernos que repitiendo una y otra vez las viejas consignas, hicieron lo contrario.

Ahora en Argentina se vacunaron antes que los viejitos y los trabajadores de la salud que necesitaban las vacunas. Al mismo tiempo volvemos a escuchar pedidos de que el pueblo está primero y hay que gastar más. Pero al asomarnos a la ventana de la casa del granjero recordamos a Orwell y cómo evolucionó el concepto de “todos somos iguales”.

Ahora es “todos somos iguales, pero algunos somos más iguales que otros y nos vacunamos antes”.

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