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En el curso de este verano he escrito una serie de artículos desarrollando la idea de que el mayor desafío que enfrenta el Uruguay es conseguir una convivencia civilizada en un país fracturado.

Eso -agregaba- exigirá un difícil equilibrio pues supone el rechazo decidido y la discontinuación sin ambages de decisiones y elencos del actual gobierno del Frente Amplio, cuidando al mismo tiempo de no demonizar las concepciones políticas de la izquierda y la importancia histórica de los partidos uruguayos que dieron cuerpo a esa concepción.

Quizás se entienda mejor lo que quiero decir si trasladamos el problema al mundo sindical. La mayoría de los uruguayos acepta la necesidad de que haya sindicatos y el efecto positivo de su existencia en el juego de las relaciones laborales y los equilibrios sociales. Pero, a la vez, la mayoría de los uruguayos rechaza indignada la gestión prepotente de determinados sindicatos y dirigentes sindicales. El sindicato de Conaprole ha conseguido resonantes privilegios para sus miembros a costillas del sacrificio y la ruina de otros trabajadores: el trabajador de los tambos (a quienes se ha llamado canarios comebosta, en una desembozada exhibición de lo que entienden por solidaridad, que no ha sido reprobada por el Pit-Cnt) y a los trabajadores cesantes de tres plantas industriales del interior que han cerrado.

La prepotencia, el manejarse en base a movilizar la pesada, ha sido también actitud dominante en el ámbito político de parte del Frente Amplio. En vez de la pesada manejaron, con la misma lógica, las mayorías absolutas obtenidas en el resultado electoral. El Frente revoleó su popularidad y su poder con desparpajo: impidió todas las comisiones investigadoras que pudo, protegió a todos lo suyos hasta extremos increíbles (Sendic, en declaraciones unánimes), desconoció resultados de plebiscitos (voto en el extranjero), impulsó leyes inconstitucionales, colonizó todos los niveles de la administración pública con personal partidario, defendió a Maduro y apoyó la suspensión de Paraguay del Mercosur entre otros ejemplos.

La dinámica política que se está generando hoy en buena parte de la sociedad uruguaya es de hartazgo y rechazo por esa prepotencia. Por encima de cualquier respuesta a oferta electoral o plataforma de gobierno ofrecidas, se está condensando hoy en la sociedad un ánimo de rechazar radicalmente el tono y el estilo de gobierno y de sustitución de los elencos comprometidos con la creación y mantenimiento de esa práctica despótica. El asunto es sacarlos: esa es la dinámica que va cobrando cuerpo en la sociedad, que se va a transformar en votos (a los que habrá de rendirse cuentas no bien se inaugure el próximo período).

Si hay una rotación de partidos en el gobierno, ella se efectuará al impulso del rechazo a la prepotencia y el eventual nuevo gobierno se habrá de constituir sobre la convicción de que el único futuro sólido para este Uruguay dividido es la legitimación del adversario político y la apuesta a la tolerancia.

Recomponer una convivencia civilizada en un país facturado habrá de ser el propósito más importante y la principal tarea de un eventual nuevo gobierno sustituto del actual. Tarea necesaria pero que no podrá completarse con éxito sin contar con algún tipo de entendimiento con sectores o personalidades de izquierda dispuestos a contribuir a ello.

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