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Venezuela y después

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Volvamos por un momento a la Europa Occidental de principios de los años 70. En la mayoría de los países había gobiernos de izquierda. Los socialdemócratas gobernaban en Alemania (el canciller era Willy Brandt), en Suecia (donde brillaba Olof Palme), en Bélgica y Finlandia. Sus primos laboristas gobernaban el Reino Unido (Harold Wilson), Holanda y Noruega.

Volvamos por un momento a la Europa Occidental de principios de los años 70. En la mayoría de los países había gobiernos de izquierda. Los socialdemócratas gobernaban en Alemania (el canciller era Willy Brandt), en Suecia (donde brillaba Olof Palme), en Bélgica y Finlandia. Sus primos laboristas gobernaban el Reino Unido (Harold Wilson), Holanda y Noruega.

También había excepciones. En Italia gobernaba la Democracia Cristiana, en España imperaba Franco y en Francia duraba el gaullismo. Pero, en términos generales, era una buena época para la izquierda europea.

Una década más tarde, en la mayoría de los países había gobiernos de derecha o centro-derecha: a principios de los 80 nos encontramos con Helmut Kohl en Alemania, Margaret Thatcher en el Reino Unido, Calvo Sotelo en España, los conservadores Schlüter en Dinamarca y Willoch en Noruega, los democristianos Dries van Agt en Holanda y Wilfried Martens en Bélgica. Una vez más había excepciones: tras el triunfo de Mitterrand en 1981, en Francia gobernaba la izquierda. Pero el cambio en la región había sido notorio.

¿Qué pasaba una década después, a inicios de los años 90? Los socialistas seguían gobernando en Francia, pero además lo hacían en España (Felipe González), Italia (gobiernos Amato/Ciampi), Portugal, Suecia, Noruega y Dinamarca. La balanza se había inclinado otra vez a la izquierda, aunque había casos opuestos como el de Reino Unido y Bélgica.

Este rápido repaso nos recuerda dos cosas. La primera es que la rotación de partidos en el ejercicio del gobierno es el estado normal de la democracia. La segunda es que, con bastante frecuencia, las oscilaciones siguen patrones regionales (que, además, suelen estar vinculados al ciclo económico).

Es bueno recordar estas cosas cuando algunos datos sugieren que la “ola progresista” podría estar retirándose de América Latina. Al finalizar la primera década del siglo, la izquierda gobernaba en Argentina, Brasil, Chile, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras y Uruguay. Algunos creyeron que ese cambio había llegado para quedarse. Pero ahora empiezan a acumularse las derrotas electorales (Argentina, Venezuela) o fuertes procesos de erosión política como en Chile y Brasil.

El tiempo dirá si estamos o no ante una nueva tendencia regional. Pero lo importante es percibir que, si así fuera, se trataría de algo normal en la vida democrática. Este es un punto de vista difícil de aceptar para aquellos que creen que la historia tiene una dirección y que ellos son su punta de lanza. Pero la idea de que la historia tiene una dirección es una especulación sin evidencia que la sostenga. Y verse a sí mismo como la punta de lanza de la historia es un acto de infinita soberbia hegeliana.

La democracia asegura la alternancia en el ejercicio del gobierno sin pasar por el derramamiento de sangre. Cuando funciona sanamente, todos los partidos con fuerte respaldo electoral pasan por la experiencia de gobernar, así como por la experiencia no menos importante de dejar de hacerlo. En el correr de los últimos años, la izquierda regional hizo el primero de esos aprendizajes. Eso fue bueno para nuestras democracias. Pero (salvo en algunos casos, como el chileno) todavía tiene que pasar por la experiencia de salir del gobierno. Ese es también un paso necesario para que nuestras sociedades lleguen a la madurez democrática.

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Pablo Da Silveira

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