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Veintinueve años después

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El 7 de mayo de 1945, los alemanes se rindieron sin condiciones ante las potencias aliadas. En el momento de firmar la capitulación habían perdido 4 millones de soldados y 2 millones de civiles. Su territorio había sido ocupado, recortado y reducido a ruinas. Algunas ciudades, como Berlín, estaban tan dañadas que había dudas sobre si tenía sentido reconstruirlas. Además, a los alemanes les quedaba por procesar la inmensa culpa de haber puesto en marcha una locura genocida que había costado la vida de 9 millones de víctimas, entre las cuales había 6 millones de judíos.

El 7 de mayo de 1945, los alemanes se rindieron sin condiciones ante las potencias aliadas. En el momento de firmar la capitulación habían perdido 4 millones de soldados y 2 millones de civiles. Su territorio había sido ocupado, recortado y reducido a ruinas. Algunas ciudades, como Berlín, estaban tan dañadas que había dudas sobre si tenía sentido reconstruirlas. Además, a los alemanes les quedaba por procesar la inmensa culpa de haber puesto en marcha una locura genocida que había costado la vida de 9 millones de víctimas, entre las cuales había 6 millones de judíos.

En al año 1974 se jugó un campeonato mundial de fútbol. El país anfitrión fue lo entonces se llamaba Alemania Occidental, es decir, la parte del territorio alemán que, tras el inicio de la Guerra Fría, quedó formando parte del mundo capitalista.

Para los uruguayos fue un torneo ingrato, en el que fuimos vapuleados por Holanda y descubrimos las dimensiones de nuestro atraso futbolístico. Para los alemanes occidentales, en cambio, fue un momento de gloria en el que no sólo pudieron mostrar su calidad deportiva, sino su capacidad de organización y los formidables avances de su tecnología.

La Alemania de 1974 era un país pujante, democrático, confiado en sí mismo, abierto al mundo y a la innovación. Ciertamente no le faltaban problemas. Por lo pronto, el país estaba dividido y Berlín Occidental había quedado aislado por un muro infame. Además, los horrores del pasado seguían estando allí. Los alemanes lo sabían perfectamente, pero su respuesta consistió en empeñarse por construir un país mejor para sí mismos y para sus hijos. No es que hubieran olvidado, porque era imposible hacerlo. Pero habían decidido redimirse.

Hagamos cuentas. En 1974 habían pasado veintinueve años desde la rendición de Alemania en 1945. En este 2014 que empieza, se cumplen 29 años del fin de la última dictadura que sufrimos los uruguayos. En marzo de 1985, Julio María Sanguinetti asumió como presidente constitucional. A partir de ese momento, el poder pasó a manos civiles y los uruguayos volvimos a ejercer nuestras libertades.

El tiempo que hoy nos separa del fin de la dictadura es el mismo que separaba a los alemanes del fin de la guerra cuando organizaron el mundial de fútbol de 1974. Pero el contraste no puede ser mayor. Nuestro discurso político sigue estando más centrado en el pasado que en el futuro. Los años terribles de la dictadura todavía son invocados como un mantra que justifica cualquier problema que tengamos hoy (y que hubiera podido ser solucionado mil veces desde entonces). La historia sobre lo que cada uno hizo o no hizo cuarenta años atrás se reescribe permanentemente (falseándola sin escrúpulos) como manera de responder a las necesidades de la actualidad política. Con una frecuencia asombrosa, el recurso que se utiliza para descalificar a alguien que habla hoy consiste en recordar algo que dijo o hizo hace medio siglo (aunque quien utilice ese recurso haya dicho o hecho cosas peores).

Olvidar el pasado es una enfermedad llamada amnesia. Sin duda es algo malo, tanto para las personas como para los pueblos. Pero los uruguayos padecemos el mal opuesto: estamos enfermos de pasado. El presente sólo parece adquirir sentido en función de lo que pasó y no de los futuros que puede alumbrar. Ya es hora de liberar de esa carga a las nuevas generaciones de uruguayos.

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Pablo Da Silveira

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