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Las tres reformas

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PABLO DA SILVEIRA
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Cuando los uruguayos pensamos en reforma educativa, en general nos concentramos en lo que se llama “reforma curricular”, es decir, en el cambio de planes y programas de estudio. 

Y está bien que lo hagamos, porque eso es parte del asunto. Casi todas las reformas educativas profundas incluyen este componente.

El problema es que una reforma curricular aislada no suele ser suficiente. Si diseñamos nuevos planes y programas pero todo lo demás queda igual, lo más probable es que las nuevas propuestas nunca salgan del papel. Para que una reforma curricular se transforme en hechos concretos, casi siempre son necesarias otras transformaciones.

Esto explica por qué un segundo aspecto esencial de toda reforma educativa es la reforma de la formación docente. Si queremos hacer las cosas de otra manera, tenemos que poner a las nuevas generaciones de docentes en condiciones de incorporar nuevos estilos de trabajo, así como tenemos que respaldar a quienes ya están enseñando para que puedan adaptarse a las nuevas condiciones. La formación docente tiene un impacto muy grande sobre las maneras de enseñar. Intentar cambiar esas maneras sin cambiar también la formación de maestros y profesores es un camino bastante seguro para terminar en el fracaso, porque las viejas maneras de hacer las cosas van a terminar imponiéndose.

De modo que una reforma educativa profunda debe incluir normalmente una reforma curricular y una reforma de la formación docente. Y ni siquiera eso es suficiente. Además hace falta introducir cambios en el terreno de la gestión, es decir, en el modo en que funcionan los centros de enseñanza y en la manera en que se toman las decisiones.

Hay al menos dos razones que justifican incluir este componente. En primer lugar, los cambios en la formación docente suelen ser lentos. Si demoramos dos años en poner en marcha una nueva modalidad de formación y luego agregamos los cuatro años que en general requiere la formación de un maestro o de un docente de educación media, la consecuencia es que recién dentro de seis años vamos a ver algún impacto en las aulas. Seis años es mucho tiempo. Por ejemplo, es lo que debería demorar un alumno en cursar primaria. Si no introducimos otra fuente de cambios, vamos a tener poco que ofrecer a las actuales generaciones de estudiantes.

La otra razón tiene que ver con el enorme impacto que tienen las reglas de juego (lo que normalmente llamamos “gestión del sistema educativo”) sobre lo que ocurre en los centros de estudio y sobre la propia carrera profesional de los docentes. Si tenemos reglas que nos llevan a desperdiciar el potencial de creatividad y de innovación que hay en los docentes, eso se va a traducir en una enseñanza rutinaria y burocrática. En cambio, si tenemos reglas que motivan a los docentes y les dan la oportunidad de sacar lo mejor de sí mismos, entonces vamos a lograr mejoras bastante inmediatas. De modo que podemos generar mejoras, y hacer mejor la vida profesional de los docentes actuales, aun antes de contar con nuevas generaciones de docentes.

Reforma curricular, reforma de la formación docente y reforma de la gestión son tres componentes inseparables y complementarios de todo intento de reforma que se proponga generar cambios significativos. Y esa es exactamente la clase de reforma que necesitamos hoy en Uruguay.

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