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Revoluciones

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Pablo Da Silveira
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La orgía de sangre en la que se ha hundido Daniel Ortega está horrorizando al mundo. Las voces de condena llegan desde todos lados, incluyendo buena parte de la izquierda (aunque no, desde luego, el Foro de San Pablo).

Estas condenas desde la izquierda suponen censurar a alguien que durante años fue visto como "uno de los nuestros". Eso es moralmente muy respetable. Pero muchas de ellas aparecen asociadas a una idea implausible: el liderazgo de Ortega, dicen estas críticas, se ha desviado en una dirección autoritaria.

Esa afirmación sugiere que lo que está ocurriendo se aleja de lo que debió pasar. Pero la experiencia histórica indica que esa expectativa es infundada. Simplemente, nunca hubo ninguna revolución socialista que no terminara siendo autoritaria. Las únicas revoluciones en el mundo que condujeron de manera estable a regímenes respetuosos de las libertades fueron las viejas revoluciones liberales.

Algunos presentan a Stalin como un caso patológico que desvió a la revolución rusa de su trayecto original. Pero eso es falso. Ya en 1917, Lenin decía: "¿cómo se puede hacer una revolución sin ejecuciones?". Fue Lenin quien creó el régimen de partido único, los campos de trabajo, la Cheka y la censura de prensa.

Otros piensan que la revolución cubana empezó defendiendo la dignidad humana y la libertad, y que solo años más tarde se convirtió en un régimen represivo. Pero no es verdad. El 6 de enero de 1959 (es decir, una semana después del triunfo revolucionario) se declaró suspendida la actividad de los partidos políticos. Al día siguiente se anuló la independencia del Poder Legislativo. En ese mismo momento empezaron las persecuciones y los juicios en manos de "tribunales populares". En 1964, el Che Guevara declaraba con orgullo ante las Naciones Unidas: "hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando". Fue el propio Guevara quien creó los primeros campos de trabajo, adonde enviaba, entre otros, a los homosexuales.

Otros hablan como si el régimen de Maduro en Venezuela fuera una desnaturalización del "socialismo del siglo XXI" creado por el comandante Chávez. Pero fue Chávez el que liquidó la independencia del Poder Judicial, el que inició la política de encarcelamiento arbitrario de disidentes internos (incluyendo algunas figuras que había tenido muy cerca) y quien instaló en 2009 la reelección indefinida para el cargo de presidente que él mismo ocupaba.

Cualquiera sea la dirección en que se mire (Asia, Europa Oriental, África) no hubo en la historia una sola revolución inspirada en las ideas socialistas que no haya conducido a la pérdida sistemática de libertades y a la violación a gran escala de los derechos humanos.

Es por eso que no puede hablarse de "desviaciones". Lo de Ortega es más bien una confirmación. También en este caso, una revolución que empezó con una amplia base popular y política terminó devorando a parte de quienes la habían apoyado y generando un líder personalista y autoritario que se ensució las manos con sangre.

La idea misma de revolución, tal como ha sido pensada por el socialismo, es intrínsecamente violenta y antidemocrática. También es profundamente conservadora, porque instala el concepto de que, una vez que el cambio histórico se produjo, cualquiera que lo critique es un contrarrevolucionario que merece ser perseguido. Se trata de un traje a medida para autócratas de toda clase.

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