Publicidad

El retorno de la tribu

Compartir esta noticia

Cuando nació el debate público, allá en la antigua Grecia, se trataba de una confrontación entre ciudadanos que medían la fuerza de sus argumentos.

Cuando nació el debate público, allá en la antigua Grecia, se trataba de una confrontación entre ciudadanos que medían la fuerza de sus argumentos.

A veces, esos individuos hablaban en nombre de sí mismos. Otras veces actuaban como portavoces de corrientes de opinión. Pero lo esencial era la expectativa de que la calidad de los argumentos pudiera cambiar la opinión de quienes escuchaban. Tener esa capacidad era lo que convertía a un ciudadano común en un dirigente político.

El debate público que hoy tenemos los uruguayos está lejos de aquella idea original. Parecería que lo importante no es persuadir ni realinear opiniones, sino hacer demostraciones de fuerza colectiva. Lo que presenciamos no es un diálogo de la sociedad consigo misma, sino una puja por imponer agendas que se han elaborado previamente y que no se someten a una discusión real. Lo que en general escuchamos no son argumentos sino consignas. Y las consignas no se lanzan con el fin de persuadir al que piensa de otra manera, sino para galvanizar a quienes militan en las filas propias.

El lenguaje que se utiliza es un buen reflejo de esta mentalidad. La recurrencia casi maniática a la descalificación revela que el objetivo no es intercambiar puntos de vista entre interlocutores que buscan el bien para la sociedad (aunque discrepen en lo que eso significa) sino aplastar a esos “otros” que se oponen al logro de nuestros objetivos. El asunto es entre “nosotros” y “ellos”. Nosotros somos los buenos y ellos los malos. Para marcar los límites, nada mejor que usar etiquetas de alto impacto emotivo. “Ellos” no son simplemente nuestros adversarios, sino “la derecha”, “el neoliberalismo”, “los enemigos de clase”. O también “los zurdos”, “los ultras”, “el comunismo”.

Hasta cierto punto, los cambios en la naturaleza del debate público son un fenómeno global. El pasaje de una democracia de elites a una democracia de masas, o el desarrollo de los medios de comunicación masiva, son parte de sus causas. También influye la difusión de unas redes sociales que, a la vez que despliegan sus notables potencialidades y virtudes, están demostrando ser un poderoso instrumento para el fortalecimiento del tribalismo. En las redes cada uno puede construirse un “nosotros” a medida, cuyos miembros disfrutan el calorcito de la pertenencia, confirman que están del lado de los buenos e insultan a los que quedan afuera. En los casos más patológicos, desde esos “nosotros” se organizan expediciones virtuales de acoso e intimidación.

Pero, si bien estos fenómenos están extendidos, eso no significa que su impacto sea el mismo en todas partes. En el mundo de hoy sigue habiendo sociedades con mejores y peores niveles de debate público. Y muchos datos sugieren que nosotros estamos perdiendo posiciones.

Si esto efectivamente fuera así, deberíamos preocuparnos. Transformar las discrepancias ciudadanas en guerras de barras bravas nos deja a todos sin capacidad de reflexión colectiva. Pero, además, en última instancia nos deja sin razones para la democracia. Si solo los míos son lúcidos y bien intencionados, si aquellos con quienes discrepamos solo pueden ser perversos o estúpidos, ¿para qué tomarnos el trabajo de tener en cuenta sus puntos de vista? Todo grupo que asume el monopolio de la verdad y de la buena voluntad ha dado el primer paso hacia al régimen de partido único.

SEGUIR
Pablo Da Silveira

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Pablo Da Silveiraenfoques

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad