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¿La resistencia?

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PABLO DA SILVEIRA
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Dirigentes de la federación de docentes de Secundaria (Fenapes) dijeron hace pocos días a periodistas de Qué Pasa que están dando pasos para planificar “la resistencia” a un eventual gobierno conformado por los actuales partidos de oposición.

Esas palabras son convergentes con unas declaraciones de la vicepresidenta Lucía Topolansky, quien poco antes había lanzado unas apenas veladas amenazas sobre la conflictividad que se desataría en el caso de que el actual oficialismo sea derrotado.

Que, en plena campaña electoral, dirigentes sindicales hagan declaraciones que resulten funcionales a los intereses del Frente Amplio no es algo que deba asombrar. Después de todo, la mayoría absoluta de los integrantes del Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt figura en listas de esa fuerza política. Pero que se hable de “resistencia” implica dar un paso más allá, y un paso muy grave.

La “resistencia” a un gobierno solo es legítima cuando el propio gobierno ha dejado de serlo. Se resiste a un usurpador o a un tirano. Unos cuantos de quienes hoy peinamos canas resistimos a la última dictadura militar, y lo hicimos con bastante éxito (algo que no puede decir la vicepresidenta Topolansky).

Pero en una democracia no se resiste a un gobierno que haya sido electo según procedimientos constitucionales. Si la orientación de ese gobierno no nos gusta, podemos criticarlo y podemos combatirlo políticamente (por ejemplo, mediante la acción parlamentaria). Pero, en la medida en que ese gobierno haya surgido del voto popular, tiene toda la legitimidad necesaria para llevar adelante sus políticas, siempre que lo haga siguiendo los cauces constitucionales, legales y reglamentarios.

Las palabras importan. Hablar de “resistencia” sugiere que de algún modo la legitimidad de un gobierno está en duda. Y eso no puede decirse simplemente porque no se trata del gobierno que nos hubiera gustado tener.

Cuando el Frente Amplio ganó por primera vez las elecciones, hubo profundos cambios de orientación en diferentes áreas (desde el régimen impositivo hasta la política educativa, pasando por la seguridad y la salud). A los ciudadanos y partidos de la oposición, varios de esos cambios no les gustaron. Por eso los criticaron con énfasis. Pero no se les ocurrió llamar a la resistencia como si se tratara de actos ilegítimos.

La irresponsable amnistía de presos que se aprobó en el primer gobierno Vázquez tuvo fuerte oposición. Varios legisladores pronosticaron (con acierto, según se vio después) que habría graves consecuencias en términos de seguridad. Pero nadie pensó que tenía el derecho de bloquear a un gobierno que contaba con la mayoría parlamentaria necesaria para aprobar esa ley.

Si uno es verdaderamente demócrata, defiende a la democracia cuando gana y también cuando pierde. Si uno cree en las instituciones republicanas, defiende la legitimidad de un gobierno elegido en las urnas cuando se trata del gobierno que uno votó y también cuando el gobierno es otro. Si uno defiende las instituciones políticas, las defiende cuando conducen a decisiones que le gustan y también cuando discrepa con lo decidido.

Dentro de dos domingos, el Frente Amplio va a terminar de perder las elecciones. Esto le dará a la izquierda uruguaya una oportunidad para mostrar el alcance y la sinceridad de su apego a las instituciones democráticas.

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