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Preguntas pendientes

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Pablo Da Silveira
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El empecinamiento del oficialismo en aprobar la ley de creación de la Universidad de la Educación revela una forma arcaica y dogmática de ejercer el gobierno.

Ya bien entrado el siglo XXI, está claro que siempre hay varios caminos para alcanzar los objetivos que perseguimos como sociedad. Algunos son mejores y otros son peores. Un gobierno inteligente es aquel que considera varias opciones, las compara y finalmente da argumentos para inclinarse por una en particular. Para eso hay que tener la valentía de hacer-se preguntas sin respuestas predeterminadas. Justo lo que no se hizo.

La cuestión no es si debemos o no dar rango universitario a la formación docente. Casi todos estamos de acuerdo en que esa medida tendría efectos positivos para los educadores, contribuiría a mejorar la calidad de la enseñanza y, en consecuencia, sería buena para los alumnos. Dado ese consenso, una cabeza mínimamente flexible y abierta debería hacerse preguntas sobre la mejor manera de ejecutarlo.

Para empezar, habría que preguntarse sobre el modelo de formación universitaria a adoptar, dado que no hay uno solo. En los países que logran mejores resultados educativos, lo usual es que los docentes se formen en universidades tradicionales, donde conviven con estudiantes de otras carreras. En una minoría de países (en general latinoamericanos) se ha optado por el modelo de la universidad pedagógica, es decir, una universidad donde solo se forman docentes. En otros sitios conviven ambos modelos.

La pregunta sobre la mejor manera de organizar una formación docente de carácter universitario es entonces pertinente. Pero el oficialismo nunca se la hizo. Simplemente actuó como si lo único viable fuera el poco frecuente y muy problemático modelo de la universidad pedagógica.

Aun suponiendo que se elija esta opción, muchas otras preguntas quedan abiertas. Por ejemplo, ¿deberíamos crear una sola institución, que reúna toda la formación docente que se realice en el sector público, o deberíamos crear varias instituciones públicas independientes entre sí, como forma de favorecer la diversidad? Dado que en Uruguay hay casi 25 mil estudiantes de formación docente, sería posible crear varias instituciones. Pero esa posibilidad nunca se consideró. ¿Por qué no pensar, por ejemplo, en una formación docente orientada a las materias de carácter técnico, que se desarrolle en el interior y en alianza con la UTEC?

Luego está el tema de cómo organizar el gobierno de la o de las nuevas instituciones. Nuestra principal universidad pública es una institución cogobernada según el viejo modelo de Córdoba. Pero ese sistema está en franca retirada en el mundo (incluyendo América Latina), y su funcionamiento en el país nunca ha sido evaluado.

¿No sería bueno intentar un balance antes de tomar una decisión? ¿No sería bueno averiguar por qué otros lo han abandonado?

El oficialismo jamás se planteó estas cuestiones. En todo momento actuó como si existiera una sola opción: crear una universidad pedagógica, única y cogobernada según el modelo de Córdoba. Tampoco se hizo preguntas sobre cómo pasar de la situación actual a un correcto funcionamiento del modelo alternativo.

Es difícil saber cuánto hay en esto de ignorancia, cuánto hay de rigidez ideológica y cuánto hay de cálculo político. Pero está claro que es una manera torpe y dogmática de hacer las cosas.

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