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Política y depuración

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Pablo Da Silveira
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Rousseau instaló en nuestro imaginario político la idea de una pureza moral que ha sido degradada por la vida en sociedad, pero que puede ser rescatada intacta mediante la acción colectiva.

Desde entonces, él y sus seguidores impulsaron formas de hacer política que siguen la lógica de la depuración.

Si los seres humanos somos naturalmente benevolentes y pacíficos, ¿por qué hemos terminado viviendo en sociedades marcadas por los conflictos y las luchas de poder? La respuesta de Rousseau es que nuestra convivencia fue contaminada por un auténtico veneno, que son los intereses particulares. La búsqueda del interés de cada individuo o de cada grupo fragmenta la unidad social. Por eso hay conflictos y diferencias de opinión que impiden encontrar un rumbo común.

Si esto es así, la tarea principal de la política consiste en depurar a la sociedad de la influencia de los intereses particulares. Tenemos que crear una manera de hacer política capaz de asegurar que las decisiones que se tomen favorezcan únicamente aquellos intereses que sean de todos. Si lo logramos, la unidad del pueblo florecerá.

Rousseau formuló esta idea con palabras que no dejan margen para la duda: "Cuando el nudo social empieza a soltarse y el Estado a debilitarse, cuando los intereses particulares empiezan a hacerse sentir y las pequeñas sociedades a influir sobre la grande, el interés común se altera y encuentra opositores; la unanimidad deja de reinar en los votos; la voluntad general deja de ser la voluntad de todos; se generan contradicciones, debates, y la mejor opinión no pasa sin disputas".

Al ver las cosas así, Rousseau se colocaba en las antípodas del pensamiento liberal. Para los liberales, el estado normal de la sociedad no es el consenso sino la diversidad de opiniones. Los acuerdos han de ser construidos y siempre son frágiles. Del mismo modo, el liberalismo ve a los intereses particulares como algo legítimo y normal. Todos tenemos intereses, porque tenemos deseos, sueños y proyectos. Que los intereses de otra persona o grupo choquen con los míos no nos convierte en enemigos. Solo plantea el desafío de arbitrar entre ellos.

La visión de Rousseau conduce a una práctica política muy diferente. Para reconstruir la unidad perdida, hay que combatir los intereses particulares y hay que debilitar a cualquier organización que fragmente las lealtades de los ciudadanos. Una sociedad civil autónoma de la política es un mal a combatir. Si aparecen resistencias a este proyecto, es porque los defensores de los intereses particulares están impidiendo la manifestación de la voluntad general. En esencia, la política es un combate entre la parte sana y la parte corrupta de la sociedad. Los moralmente sanos son los que defienden nuestras ideas políticas y los corruptos son los que tienen otras. No hay verdadero límite entre política y moral.

Los primeros en trasladar a la práctica esta visión fueron los jacobinos durante la Revolución Francesa. Robespierre fue su líder y su mejor portavoz: "No hay más que dos partidos en la República: el de los buenos y el de los malos ciudadanos; es decir, el del pueblo francés y el de los hombres ambiciosos y voraces". El resultado fue el uso a mansalva de la guillotina, no solo contra los nobles sino contra partidarios y dirigentes de la propia revolución.

Una historia que estaría llamada a repetirse.

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