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País chambón

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El cierre de la cooperativa Raincoop es una de las muchas malas noticias que se han acumulado en estos días. Según informa la prensa, la decisión se tomó al cabo de una tensa asamblea realizada el domingo pasado. En la reunión también se decidió expulsar a la señora Lourdes Carbajal, a quien se acusó de haber hecho “perder tiempo” a los cooperativistas.

El cierre de la cooperativa Raincoop es una de las muchas malas noticias que se han acumulado en estos días. Según informa la prensa, la decisión se tomó al cabo de una tensa asamblea realizada el domingo pasado. En la reunión también se decidió expulsar a la señora Lourdes Carbajal, a quien se acusó de haber hecho “perder tiempo” a los cooperativistas.

Lourdes Carbajal tuvo un ingreso casi cinematográfico en la vida pública, cuando apareció súbitamente en una asamblea de Raincoop realizada en diciembre. En aquel momento ya se temía por la continuidad de la empresa, lo que había generado mucha preocupación. Pero la angustia de los cooperativistas se convirtió en esperanza cuando esta mujer se presentó en nombre de un inversor que estaba dispuesto a poner un millón y medio de dólares en un fideicomiso. Con ese dinero, la empresa se salvaría.

Casi nadie conocía a la señora Carbajal ni ella estaba dispuesta a dar el nombre del inversor que decía representar. Tampoco estaba muy claro por qué había tomado la iniciativa. La razón que dio ante la asamblea fue que su hija siempre viajaba en la línea 21. Pero, a pesar de estas rarezas, la asamblea aceptó su planteo. Según uno de los dirigentes de la cooperativa, “Carbajal generó una especie de hipnosis grupal”. Desde entonces se la conoció como “la gerenciadora de Raincoop”.

Lo que pasó después es triste. Carbajal nunca trajo un peso y se dedicó a contradecirse. En pocos días ya no hablaba de un inversor sino de casi treinta. Luego dijo que había que conseguirlos. Cuando se exploraron sus antecedentes se supo que había estudiado en Cuba (extraño lugar para aprender sobre el mercado), que había trabajado para el expresidente paraguayo Lugo y que era funcionaria (o, según otras versiones, contratada) del Mides. Su experiencia empresarial era nula.

Que un personaje semejante haya generado alguna credibilidad y haya desfilado por los medios de comunicación es algo que puede pasar en cualquier país. Pero lo curioso es la reincidencia. Porque esto ocurrió en el mismo Uruguay que unos años antes había engendrado al “caballero de la derecha”: un ser con nombre y apellido cambiados que fue el único oferente de una subasta trucha organizada por el gobierno para engañar a la opinión pública. Y ese mismo país fue el que, a fines del año 2014, habló durante meses del millón de dólares que un supuesto jeque árabe habría ofrecido por un viejo “fusca”.

Lo preocupante no es que de vez en cuando emerjan historias de este tipo sino nuestra credulidad como sociedad, aunque sea transitoria. Nadie se preocupó, por ejemplo, de chequear la historia del jeque árabe. ¿Quién era exactamente el personaje? ¿En qué país reside? Si, como dice alguna versión, la oferta se le hizo personalmente a un José Mujica que no habla inglés, ¿quién ofició de traductor? ¿O es que dimos con uno de los poquísimos jeques árabes que se tomaron el trabajo de estudiar español? Nunca se tuvieron detalles, pero la historia se dio por buena.

La repetición de estos episodios debería ser vista como una luz de alerta. En un país donde se han debilitado los mecanismos institucionales y donde el profesionalismo ha sido sustituido por los amigos y las afinidades ideológicas, no es extraño que ocurran estas cosas. En un contexto semejante, la calidad de las decisiones y de las políticas públicas solo puede deteriorarse.

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Pablo Da Silveira

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