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Mundos paralelos

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Pablo Da Silveira
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Quienes vieron televisión abierta durante el pasado fin de semana fueron bombardeados con un falso documental que relata el renacer de una escuela gracias a la acción salvífica de OSE.

Los canales se vieron obligados a emitirlo gratis, dado que el gobierno invocó el artículo 95 de la llamada "Ley de Medios" (Ley N° 19.307, de diciembre 2014).

Todo en torno a este episodio huele a peligro. En primer lugar, no se trata de ningún documental que persiga fines informativos o formativos, sino de una pieza publicitaria apenas disimulada que presenta a OSE como una empresa muy eficiente y con alta sensibilidad social. De paso, quedan muy bien parados quienes hoy la conducen. Na-da muy diferente de lo que hacía la publicidad institucional de Ancap en tiempos de Raúl Sendic.

En segundo lugar, el gobierno insiste en servirse de menores de edad como munición publicitaria. Lo hace con escolares en carne y hueso durante los consejos de ministros que realiza en el interior, y ahora lo hace poniéndolos delante de las cámaras. La última vez que en este país se vio un uso tan sistemático de los escolares por parte de un gobierno fue en tiempos de la dictadura militar.

En tercer lugar, este episodio justifica los peores temores de quienes se opusieron a la aprobación de la Ley de Medios, por considerarla peligrosa para la democracia. El artículo 95 habilita al Poder Ejecutivo a imponer hasta 15 minutos de emisión gratuita "para realizar campañas de bien público sobre temas tales como salud, educación, niñez y adolescencia, igualdad de género, convivencia, seguridad vial, derechos humanos y combate a la violencia doméstica y la discriminación, por parte de organismos públicos y personas públicas no estatales". Pero la definición de lo que es una campaña de bien público queda en manos del propio Ejecutivo, lo que abre la puerta para abusos como el que acabamos de ver. ¡Y todavía no ha empezado el tiempo electoral!

Hay además en todo esto algo que llama mucho la atención. OSE está entre las empresas de agua corriente más ineficientes del continente, como lo prueba la enorme proporción de agua ya potabilizada que se pierde en su red de distribución. En los últimos años se produjo un verdadero colapso en la calidad de su producto, lo que llevó a que se dispararan las ventas de agua envasada en el país. ¿Realmente el gobierno cree que un problema tan visible puede ser neutralizado con campañas de imagen?

Vista la frecuencia con que recurre a este tipo de prácticas, parecería que sí. Y aquí solo caben dos interpretaciones. La primera es que el gobierno crea que la mayoría de los uruguayos somos estúpidos, de manera que puede llevarnos de la nariz en la dirección que quiera. Esta no solo es una idea falsa sino peligrosa, porque, cuanto más fracase en sus intentos, más manipulador se volverá.

La segunda posibilidad es que el gobierno se crea su propio cuento y realmente se convenza de que está haciendo las cosas muy bien, ya se trate del agua, de la política educativa o de la seguridad. Esta perspectiva es todavía más preocupante, porque revelaría que está cortando cada vez más lazos con la realidad para instalarse en un confortable mundo paralelo. Y cuanto más se instale en ese mundo de ficción, menos capaz se volverá de aportar soluciones en el mundo real.

Cualquiera sea la explicación correcta, el deterioro ya es muy grande.

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