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Marketing y ADN

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Rodeado de dificultades y aturdido por la soledad, el gobierno recurre con desesperación al marketing barato. Sus acciones ya no parecen inspirarse en el programa del Frente Amplio sino en malas lecturas de Philip Kotler.

Rodeado de dificultades y aturdido por la soledad, el gobierno recurre con desesperación al marketing barato. Sus acciones ya no parecen inspirarse en el programa del Frente Amplio sino en malas lecturas de Philip Kotler.

En julio pasado, cuando el gobierno era acusado de parálisis ante un entorno amenazador, el presidente Vázquez anunció un plan de inversiones en infraestructura por 12 mil millones de dólares. La cosa lucía impresionante, pero era pura apariencia.

Para empezar, un tercio de ese dinero dependía de inversiones privadas tan hipotéticas como improbables, porque al deterioro del contexto se agrega la incapacidad de los gobiernos frentistas para coordinar con privados.

También el presiente Mujica anunció puertos, carreteras y trenes en el marco de los famosos PPP, pero al final de su mandato apenas se había adjudicado una cárcel.

En cuanto a los 8.000 millones restantes, no se trataba de dinero adicional sino de los habituales recursos destinados a inversiones que se distribuyen entre los incisos del Presupuesto. Y cuando se compara ese total con el monto de inversiones que se le autorizó al presidente Mujica, la conclusión es que no existe la voluntad de invertir más, sino menos. Lo que se estaba lanzando no era ningún esfuerzo extraordinario, sino una bomba de humo.

La semana pasada ocurrió algo similar. Ante una enseñanza que descarrila de todas las formas imaginables, las autoridades educativas organizaron un evento llamado “El nuevo ADN de la educación en Uruguay”. El título recogía una frase usada durante la campaña y, se suponía, iba a ser el marco para anunciar grandes metas y estrategias.

Todo muy vistoso. Sólo que, una vez más, lo que hubo fue mucho humo, algunas declaraciones bienintencionadas y un despliegue de fantasías.

Entre las metas anunciadas se incluye duplicar la cantidad de egresos de la educación media y lograr que todo joven de 17 años esté estudiando. Conseguir algo semejante, ya no en un quinquenio sino en dos, sería un éxito extraordinario. Para percibirlo alcanza con recordar que hoy tenemos una de las tasas de abandono escolar más altas del continente y que nuestra tasa de egreso de la educación media está planchada en niveles vergonzosos: menos del 40% de los uruguayos de 20 años terminaron Bachillerato. En Chile lo hace el 80% y en Argentina o Brasil cerca del 70%.

¿Cómo van a conseguir un giro tan espectacular los mismos que no lograron mover la aguja en los diez años anteriores? ¿Cómo van a tener tanto éxito si en estos años sólo tuvieron fracasos, como la caída a la mitad de los egresos de magisterio y formación docente, o convertirnos en el único país de América Latina que pierde puntos en las sucesivas ediciones de las pruebas PISA?

Este anuncio resulta poco creíble a la luz de los antecedentes. Pero menos creíble resulta todavía si se observa la falta de claridad sobre los medios para lograrlo. Las autoridades hablan con facilidad de temas generales, como la integración de saberes o la necesidad de generar nuevos modelos de enseñanza. Pero no dicen nada concreto sobre los cambios a introducir en el día a día de la educación. Por ejemplo, no explican cómo salir del actual sistema de distribución de cargos y de horas docentes, que es la causa directa de buena parte de nuestras dificultades.

Lo de la semana pasada sonó a mal marketing. Y no es eso lo que necesitamos.

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Pablo Da Silveira

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