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Maestras golpeadas

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Los uruguayos quedamos consternados hace pocos días, cuando supimos que una madre había agredido con ferocidad a una maestra de la escuela 115 de Belvedere. El estallido de violencia de la madre fue una respuesta al intento de la maestra de corregir la conducta de su hijo. Horas después, la mujer fue procesada sin prisión. Como pena sustitutiva, durante dos meses deberá presentarse cada sábado en la comisaría de su barrio.

Los uruguayos quedamos consternados hace pocos días, cuando supimos que una madre había agredido con ferocidad a una maestra de la escuela 115 de Belvedere. El estallido de violencia de la madre fue una respuesta al intento de la maestra de corregir la conducta de su hijo. Horas después, la mujer fue procesada sin prisión. Como pena sustitutiva, durante dos meses deberá presentarse cada sábado en la comisaría de su barrio.

En cuanto se conoció el hecho, aparecieron las reacciones previsibles. El sindicato de maestros condenó el episodio (cosa perfectamente lógica) y anunció que hará un paro por cada agresión a un maestro (una medida que perjudicará a los alumnos sin aportar ninguna solución). En las mismas horas, el director general de Primaria, maestro Héctor Florit, tuvo la reacción habitual de las autoridades ante cualquier evento negativo que se produzca en la enseñanza: el problema no es del sistema educativo sino de la sociedad, que se ha vuelto violenta. Por lo visto, dentro del sistema no hay nada que mejorar.

Desde luego, el maestro Florit tiene razón al decir que la sociedad se ha vuelto más violenta. Pero ese dato no alcanza para explicar lo que está ocurriendo. Como él mismo reconoció, en la enseñanza pública se está produciendo una agresión contra un maestro cada 15 días. También hay instituciones privadas que viven situaciones parecidas. Pero esto no ocurre en todos los centros educativos, ni todos los afectados sufren el problema en la misma medida.

Una reacción típica ante esta observación consiste en señalar que todo depende del contexto barrial. Pero, si bien es cierto que el contexto influye, la información disponible sugiere que no hay aquí ningún determinismo. Hay instituciones que funcionan en contextos difíciles y sin embargo no sufren mayores problemas de convivencia entre alumnos, ni entre alumnos y docentes, ni entre padres y docentes, ni agresiones contra el edificio. De hecho, muchos padres de ingresos modestos pagan por mandar a sus hijos a pequeñas instituciones privadas, no porque allí reciban una educación de primera calidad (muchos datos sugieren que eso no ocurre) sino porque ofrecen un mejor clima institucional. También, por cierto, hay instituciones públicas que están resolviendo el problema de mejor manera que otras instituciones públicas, aunque estén insertas en contextos similares.

¿Por qué se producen estas diferencias? SI el contexto en el que operan los centros de estudio es similar, alcanza el sentido común para entender que la respuesta debe ser buscada dentro de las propias instituciones: algunas de ellas tienen la capacidad de neutralizar la violencia que los alumnos viven fuera de la escuela o del liceo, mientras que otras sólo pueden reproducirla. Para hacer mejor las cosas, deberíamos atender a las características de unas y otras, y analizar los datos a la luz de lo mucho que hay escrito sobre este tema en el mundo.

Pero eso es justo lo que no son capaces de hacer las autoridades, que consideran tabú cualquier comparación entre centros de estudio. Para las cabezas centralistas y burocráticas que gobiernan la educación, sólo existen las visiones y las soluciones a escala del sistema educativo en su conjunto. Y como esa visión es estéril, terminan culpando a la sociedad de sus propios fracasos. En otras palabras: terminan culpando a los uruguayos.

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Pablo Da Silveira

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