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Lenin, Platón y Popper

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Pablo Da Silveira
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Razonando en tiempos y en contextos muy distintos, Platón y Lenin llegaron a la misma conclusión: el gobierno perfecto será aquel que logre combinar el poder absoluto con el conocimiento libre de errores.

Cada uno de ellos creyó disponer de un método para generar ese conocimiento infalible (la dialéctica en el caso de Platón, el materialismo histórico en el caso de Lenin) y ambos se equivocaron al respecto.

En el año 1945, Karl Popper sostuvo que el error de Platón y de Lenin no estaba solo en la respuesta que ofrecieron, sino en la pregunta que se habían hecho. El libro donde desarrolló esa idea se llama La Sociedad Abierta y sus Enemigos. Popper lo escribió en un estado de suma preocupación, tras haber visto el crecimiento en Europa del estalinismo, el fascismo y el nazismo.

El punto de Popper es que, cuando uno se pregunta quién está en condiciones de ejercer un gobierno perfecto, ya ha abierto la caja de la que saldrán todos los demonios. No importa que la respuesta sea "los filósofos", "la vanguardia del proletariado", "la raza superior" o "los elegidos por Dios". Lo decisivo es que esa pregunta olvida algo esencial: el gobierno perfecto no puede existir, por la simple razón de que no existe la perfección en los asuntos humanos. La experiencia histórica enseña, dice Popper en su famoso libro, que "no es nada fácil establecer un gobierno en cuya bondad y sabiduría se pueda confiar sin temor".

Si este es el dato crucial del problema, la pregunta más importante no es quién debe gobernar sino una muy diferente: dado que todo gobierno va a tener fallas y que los propios ciudadanos van a equivocarse con frecuencia a la hora de elegir al que les parezca más apto, ¿cómo tenemos que organizar las instituciones políticas si aspiramos a que los gobernantes malintencionados o incapaces no puedan hacer demasiado daño?

La respuesta a esta pregunta justifica toda una ingeniería institucional que incluye, entre otras cosas, las libertades y derechos constitucionales, la separación de poderes, la prensa libre, la tarea crítica de la oposición y la rotación de partidos en el ejercicio del gobierno.

En última instancia, dice Popper, la superioridad de la democracia no consiste en que nos proporcione gobiernos perfectos (que no existen), ni en que necesariamente maximice la calidad de las decisiones colectivas (es posible y muy frecuente que se tomen malas decisiones en democracia). Su superioridad consiste en que, cuando un gobierno hace mal las cosas, sus instituciones nos permiten controlarlo y finalmente sustituirlo sin derramamiento de sangre.

La democracia no es régimen hecho a la medida de alguna perfección como la que perseguían Platón o Lenin, sino un régimen hecho a la medida de nuestras propias imperfecciones. Y esa es su inmensa virtud, porque la experiencia histórica enseña que, cada vez que un régimen político se propone instalar algún tipo de perfección (el Estado socialista, la sociedad utópica, el hombre nuevo) la pérdida de libertades, los campos de "reeducación" y las grandes matanzas no demoran en llegar. Eso no ocurrió en el caso de Platón, porque, felizmente, no tuvo una oportunidad real de poner en práctica sus ideas. Sí ocurrió en el caso de Lenin (que reprimió, fusiló y creó los primeros campos de trabajo en Rusia) y en muchos de sus seguidores como Stalin, el Che Guevara y Pol Pot.

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