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Lenin, Platón y la izquierda

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Pablo Da Silveira
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Pocos pensadores políticos parecen tan diferentes como Platón y Lenin. Platón vivió en Atenas hace unos 2.500 años.

Era rico, aristócrata y, si bien tuvo en vida un inmenso éxito como intelectual, apenas se metió en la actividad política. Lenin nació en Rusia en 1870. Provenía de la clase media acomodada, aunque él mismo nunca tuvo dinero (su madre lo mantenía cuando ya era un adulto). Si bien tuvo cierto éxito como intelectual, sus principales logros fueron en el campo de la acción: fue un exitoso líder revolucionario y se convirtió en el primer gobernante de la Rusia soviética.

Pese a estas diferencias superficiales, hay entre los dos varias coincidencias de fondo. Para empezar, los dos fueron antidemócratas. Platón se opuso con tenacidad y desprecio al régimen democrático que estaban creando sus contemporáneos, y delineó en sus obras el modelo de un Estado totalitario perfecto. Lenin torpedeó los intentos de transformar a la Rusia zarista en una monarquía constitucional, rechazó la idea de convertirla en una república e instaló un régimen de partido único apoyado en un gran aparato represivo que él mismo fundó.

Pero la coincidencia más importante está en el modo en que ambos vincularon al poder con el conocimiento. Los dos definían al gobierno perfecto como aquel que sea capaz de combinar el poder ilimitado con el conocimiento verdadero. Y ambos creían disponer de un método para acceder al conocimiento verdadero.

Para Platón, ese instrumento era la dialéctica: una rutina de trabajo intelectual que permitía elevarse por encima de la mera opinión hasta alcanzar un conocimiento acompañado de certeza; es decir, un conocimiento que, además de ser verdadero, sabe con total seguridad que es verdadero. Lenin, por su parte, creía que el instrumento intelectual que permitía acceder al conocimiento libre de duda era el materialismo histórico: un método de análisis de la realidad económica y social heredado de Hegel y de Marx, al que Lenin daba valor de ciencia.

Ambos coincidían además en que el manejo de estos instrumentos intelectuales no es para cualquiera. Solamente unos pocos están en condiciones de emplearlos debidamente. Por eso despreciaban a la democracia, que pretende trasladar la capacidad de la decisión a la mayoría. El error, según ellos, era que los miembros de la mayoría no tienen los instrumentos ni el entrenamiento que permiten identificar el buen rumbo.

Razonando de este modo, cada uno llegó a una solución diferente. Platón defendió la dictadura de los filósofos, es decir, de los únicos capaces de practicar la dialéctica. Lenin propuso concentrar el poder en manos de una vanguardia de revolucionarios profesionales entrenados en los métodos del materialismo histórico. Pero en ambos casos está la idea de otorgar el monopolio del poder a una minoría que supuestamente tiene acceso a un conocimiento libre de errores. (Curiosamente, ambos propusieron también que el poder se concentrara en manos del grupo ocupacional al que cada uno pertenecía).

Tanto la dialéctica platónica como el materialismo histórico están hoy de capa caída. Pero en buena parte de la izquierda sigue estando presente un reflejo que proviene de aquello: la izquierda es la única que merece gobernar, porque es la única capaz de entender la realidad y, en consecuencia, la única capaz de impulsar políticas correctas y justas.

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