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Ideas y poder

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En el Uruguay de hoy se ha establecido una rara equivalencia entre ser intelectual y ser de izquierda. Parecería que esa combinación es el estado normal de las cosas. Por eso, si alguien se dedica a la labor intelectual y no se identifica con el oficialismo, queda inmediatamente bajo sospecha. Todo lo que diga o escriba será visto con suspicacia. Su honestidad y su lucidez serán puestas en cuestión con extrema ligereza.

En el Uruguay de hoy se ha establecido una rara equivalencia entre ser intelectual y ser de izquierda. Parecería que esa combinación es el estado normal de las cosas. Por eso, si alguien se dedica a la labor intelectual y no se identifica con el oficialismo, queda inmediatamente bajo sospecha. Todo lo que diga o escriba será visto con suspicacia. Su honestidad y su lucidez serán puestas en cuestión con extrema ligereza.

Al intelectual que no es de izquierda se le pregunta cómo hace para conciliar su actividad profesional con sus preferencias políticas. Pero esa pregunta rara vez se le hace a quienes se identifican con el oficialismo. Así llegamos al extremo de ver cómo figuras notoriamente frentistas se ponen el traje de politólogos y analizan el desempeño de sus rivales políticos.

Todo esto es curioso. Pero más curioso, es observar que si en algún sitio puede haber riesgos de parcialidad y de falta de rigor, no es del lado de los intelectuales ajenos al oficialismo, sino entre quienes se han habituado a hacer su trabajo al calor del poder y a costa de los dineros públicos.

¿Una afirmación excesiva? Veamos un ejemplo. En este país hay un ejército de expertos dedicados a estudiar la educación. Algunos trabajan en ANEP, otros en el MEC y otros en el sistema universitario. Muchos de ellos publican trabajos y dictan conferencias. Pero casi nunca hablan de los hechos más salientes de nuestra realidad educativa.

Casi ninguno de ellos resalta, por ejemplo, que Uruguay es el único país de América Latina que pierde puntos entre la primera y la última vez que participó en las pruebas PISA. Esa tendencia a la baja llama mucho la atención fuera de fronteras, pero en los análisis locales apenas se menciona.

Casi nadie dice que ANEP tiene hoy más del doble del presupuesto y miles de funcionarios más que hace 10 años, pero menos estudiantes. Primaria y secundaria públicas tienen en conjunto decenas de miles de alumnos menos que hace 10 años. Solo la enseñanza técnica crece, pero sin compensar esas pérdidas. Uruguay es el país de la región que menos mejoró su tasa de escolarización entre los jóvenes pertenecientes al 20% más pobre. Pero los técnicos uruguayos siguen repitiendo el falso mantra que dice: “tenemos problemas de calidad porque incluimos”, sin mencionar que los otros mejoran en calidad, al mismo tiempo que incorporan grandes contingentes de estudiantes.

Casi nadie dice que en estos diez años hemos asistido a un crecimiento de la educación privada como no se veía desde la dictadura, que hoy titulamos a la mitad de maestros y docentes por año que hace una década, ni que la caída de la repetición en primaria ha ido acompañada de un aumento casi simétrico de la repetición en el Ciclo Básico.

Estos son los hechos más salientes de nuestra realidad educativa. Pero la mayor parte de los técnicos se dedican a cosas como evaluar alguno de los muchísimos miniprogramas que se han acumulado en estos años, en general evitando medir su impacto y menos aun su impacto en función del costo. Otros dedican su tiempo a cosas aun más insignificantes, como seguir la evolución de la tasa de analfabetismo, que no solo es muy baja sino que cae sola por razones demográficas.

Los temas realmente grandes son sistemáticamente eludidos. ¿Será porque son también temas que generan incomodidad política? Difícil saberlo, porque nadie hace preguntas.

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Pablo Da Silveira

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