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Herrera de lejos

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El aniversario de la muerte de Luis Alberto de Herrera, conmemorada el viernes pasado, coincidió este año con la aparición de un libro dedicado a su trayectoria. La obra, publicada por Banda Oriental, recoge parte de una tesis doctoral presentada en París por la historiadora uruguaya Laura Reali.

El aniversario de la muerte de Luis Alberto de Herrera, conmemorada el viernes pasado, coincidió este año con la aparición de un libro dedicado a su trayectoria. La obra, publicada por Banda Oriental, recoge parte de una tesis doctoral presentada en París por la historiadora uruguaya Laura Reali.

El libro tiene virtudes y también, como es normal, aspectos discutibles. Entre las virtudes cabe mencionar una amplia base documental, un buen dominio de la historiografía previa y un enfoque que no se encierra en las fronteras uruguayas. Estos méritos valen por sí mismos, pero además con-firman que está llegando la ho-ra de hacer una valoración de Herrera que tome distancia de las pasiones e intereses que durante mucho tiempo marcaron las opiniones a favor y en contra.

Herrera hizo política durante más de sesenta años, la mayor parte del tiempo como protagonista de primer orden. Fue además un luchador, frecuentemente obligado a pelear en inferioridad de condiciones. Sus adversarios fueron muchos y las batallas que libró fueron a veces feroces. (Este diario fue bastión de los adversarios de Herrera dentro del Partido Nacional, así como fue punta de lanza en el proceso de reconciliación política que condujo a la victoria electoral de 1958).

Los ecos y heridas de aquellos enfrentamientos marcaron fuertemente las opiniones. Pero, ya bien entrado el siglo XXI, es hora de mirar con otros ojos. Luis Alberto de Herrera merece un balance cuidadoso y atento, entre otras cosas porque sin él no se entiende buena parte de nuestra historia. Por lo pronto, nuestro mapa político no sería el actual si Herrera no hubiera impulsado la construcción de un Partido Nacional organizado y moderno.

Cuando Herrera empezó su carrera como dirigente político, la situación no podía ser más adversa. El Partido Nacional había sido derrotado en la revolución de 1904, Aparicio Saravia había muerto y el batllismo estaba más fuerte que nunca. Los avances tecnológicos de la época (el tren, el telégrafo y el fusil a repetición) anunciaban el fin de los levantamientos de vecinos en armas. El momento era tan crítico que algunos auguraban la pronta desaparición del Partido Nacional.

Pese a ser soldado de dos revoluciones, Herrera percibió que las luchas futuras ya no se darían en las cuchillas sino en las urnas. Y no solo contribu- yó de manera decisiva a construir un partido que estuviera a la altura de ese desafío, sino que por ese camino ayudó a alcanzar viejas aspiraciones de los blancos, como el voto secreto. Porque la acción de Herrera no solo tuvo mucho impacto político, sino también institucional.

Doctor y al mismo tiempo caudillo popular, Herrera todavía encontró tiempo para desarrollar una intensa labor intelectual. No solo fue un político todoterreno, sino un pensador que influyó sobre varias generaciones de intelectuales. Hoy es reconocido dentro y fuera del país como uno de los padres del revisionismo histórico rioplatense. En el ámbito local, sus reflexiones sobre la inserción internacional del Uruguay fueron recogidas (a veces de buena y a veces de mala manera) por figuras como Carlos Real de Azúa, Vivián Trías y Alberto Methol Ferré.

El legado político e intelectual de Herrera merece ser examinado con “ecuanimidad retrospectiva” (una expresión que le pertenece). Entender lo que nos dejó es parte del esfuerzo por entender quiénes somos.

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Pablo Da Silveira

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