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Hay que explicar

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Pablo Da Silveira
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El triunfo electoral de Jair Bolsonaro no solo es un sacudón para Brasil sino para toda la región. De paso, muestra las grandes diferencias políticas que existen entre nosotros y nuestros vecinos del norte. Difícilmente un candidato con este perfil hubiera tenido alguna oportunidad de triunfo en Uruguay.

Las interrogantes que se abren ahora son muchas, pero en medio de tanta incertidumbre hay una certeza: desde la izquierda surgirán numerosas voces que presentarán este resultado como un gran retroceso histórico, concretado gracias a un operativo de engaño que consiguió confundir a los votantes. Habrá llamados a organizarse para retomar el curso de la historia, que ha sido momentáneamente torcido.

Detrás de esta visión hay una rara mezcla de pensamiento hegeliano y soberbia descontrolada. El componente hegeliano aparece en la idea de que la historia avanza en una dirección específica, al final de la cual se producirá el pleno despliegue de algo (el espíritu absoluto, el socialismo, la sociedad perfecta, o algo semejante). El componente de soberbia consiste en creer que uno mismo es la punta de lanza de la historia, de manera tal que si a uno le va bien la historia avanza, y si a uno le va mal la historia retrocede.

La experiencia histórica no parece confirmar las especulaciones de Hegel. Las sociedades reales progresan y retroceden, se equivocan, corrigen, aciertan y vuelven a cometer errores. Los avances existen, pero son el resultado de un esfuerzo de construcción siempre precario. Y desde luego, creerse la punta de lanza de la historia es apenas una de las mil caras del autoritarismo.

La izquierda brasileña y regional haría mejor en intentar entender cómo pudo producirse un triunfo tan rotundo como el de Bolsonaro. Que tantos millones de personas le hayan dado crédito a un candidato con este perfil dice mucho sobre el valor que otorgaban a las demás opciones. Que el PT haya sufrido una derrota tan calamitosa después de tantos años de ejercer el poder es algo que no se explica únicamente porque Lula esté preso. Si ese fuera el problema, podría haber existido una inmensa ola de votos en blanco. Pero no ocurrió nada de eso.

Siempre queda la posibilidad de decir que la gente fue engañada. Pero, de nuevo, esta idea encierra una inmensa soberbia: la gente acierta cuan-do me vota a mí y se engaña cuando elige a otros. Por otra parte, si uno realmente cree que las grandes masas son tan fácilmente manipulables, entonces no debería apoyar a la democracia como régimen de gobierno. Esa opción solo tiene sentido si uno acepta al menos como aproximadamente verdadera la famosa frase de Lincoln: "se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos durante algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo". Quien no vea las cosas así, haría mejor en adherir a la idea platónica del rey filósofo (o a la vanguardia revolucionaria de Lenin, que viene a ser lo mismo).

La izquierda brasileña y regional harían bien en tomar esta derrota como una oportunidad de aprendizaje. Hay que haber hecho muchas cosas muy mal para desatar una ola de repudio popular como la que acaba de verificarse. Solo si empieza por registrar este dato, podrá corregir errores e intentar recuperar el apoyo de tanta gente desilusionada. Es algo que le haría bien a la izquierda pero, sobre todo, es algo que le haría bien a las democracias de la región.

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