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Falsos títulos

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PABLO DA SILVEIRA
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El falso título de la candidata a vicepresidenta Graciela Villar se suma a la larga lista de casos similares que ha venido acumulando el Frente Amplio. El antecedente de Raúl Sendic es el más conocido, pero está lejos de ser el único. Gruesamente, nos estamos acercando a la decena.

Villar dijo que nunca se había atribuido un título que no tenía, pero la evidencia acumulada en las redes mostró que sí lo hizo. De modo que no solo usó un título falso, sino que mintió al negar haberlo hecho. Si esa doble falta es o no un factor inhibitorio para integrar la fórmula electoral, es algo que deben decidir los dirigentes y militantes del Frente Amplio.

Ponerse a opinar sobre los candidatos que eligen otros partidos, o sobre los procedimientos que usan para elegirlos, o sobre la manera en que construyen sus programas de gobierno, son actos de soberbia que lindan en el infantilismo político.

En lo que sí vale la pena detenerse es en la repetición de esta clase de episodios. Que una figura política finja tener un título que no tiene es algo que puede pasar en cualquier partido. Que haya dos casos similares en poco tiempo, puede ser una coincidencia. Pero que esos casos se acumulen hasta rondar la decena indica que estamos en presencia de una cultura.

Intentar entender el fenómeno obliga a repasar la historia de la izquierda uruguaya a lo largo de muchas décadas. Durante largo tiempo, las personas y las organizaciones de izquierda de este país tuvieron una fuerte impronta intelectual, que valoraba la cultura libresca y los títulos universitarios. Emilio Frugoni, Germán D’Elía o Rodney Arismendi (por poner solo unos ejemplos) eran reflejos fieles de esa tradición. Así era en general el Frente Amplio de 1971.

Pero en los últimos quince o veinte años hubo un giro desde esta izquierda ilustrada y meritocrática hacia una izquierda más populista y elemental, que empezó a despreciar la búsqueda de la excelencia, a considerar el orden jurídico como un simple estorbo y a desplazar al conocimiento experto en beneficio de la militancia y el control político. La culminación de este proceso llegó el día en que el presidente Mujica festejó que no hubiera abogados en la bancada de senadores del Frente Amplio.

Atrapada entre sus raíces históricas y su presente, la izquierda uruguaya ya no sabe cómo posicionarse ante los títulos universitarios y el saber experto. Muchas de sus figuras los desprecian declarativamente, al punto de afirmar que esos “papelitos” no tienen ninguna importancia. Asombrosamente, este punto de vista ha sido sostenido en más de una ocasión por la ministra de Educación, que es la encargada de dar fe ante el mundo de la validez de los títulos emitidos por instituciones educativas uruguayas.

Pero, si realmente no le dieran importancia a esos “papelitos”, no se tomarían el trabajo de fingir que los tienen. En esos intentos de falsificación está el reconocimiento implícito de que la preparación intelectual importa, que acreditar y certificar los conocimientos que alguien ha adquirido es una función social importante, y que haber obtenido esa clase de reconocimiento es un mérito significativo a la hora de distribuir roles de responsabilidad.

Todos estos son mensajes que le llegan a la izquierda desde su propio pasado. Y visiblemente no sabe qué hacer con ellos. Por eso, lo de Villar es mucho más que una coincidencia.

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