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Falsa modernidad

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Una de las metáforas preferidas de la fuerza política que nos gobierna es la del “adelante” y el “atrás”. Que gobierne el Frente Amplio significa un avance. Que vuelva a hacerlo uno de los partidos fundacionales sería retroceder. El hoy vicepresidente Astori lo dijo hasta el cansancio durante la última campaña: un triunfo opositor sería “una marcha atrás”, “un retroceso”, “una restauración”.

Una de las metáforas preferidas de la fuerza política que nos gobierna es la del “adelante” y el “atrás”. Que gobierne el Frente Amplio significa un avance. Que vuelva a hacerlo uno de los partidos fundacionales sería retroceder. El hoy vicepresidente Astori lo dijo hasta el cansancio durante la última campaña: un triunfo opositor sería “una marcha atrás”, “un retroceso”, “una restauración”.

Esta metáfora espacial encierra una concepción autoritaria de la historia. Parecería que las sociedades tienen un único camino a recorrer, y que las distintas fuerzas políticas solo se diferencian según cuánto avancen por esa vía. Pero, felizmente, ese supuesto es falso. Toda sociedad tiene ante sí un ancho horizonte de oportunidades. Dentro de ese horizonte hay muchos futuros posibles entre los que elegir. Las personas y las fuerzas políticas nos distinguimos en función de los destinos que preferimos y de los caminos que elegimos para llegar. No es lo mismo soñar con un Uruguay eternamente gobernado por una única fuerza política que soñar con un Uruguay en el que haya rotación de partidos en el ejercicio del gobierno. No se trata de adelante ni de atrás. Se trata de hacia dónde.

El uso de esta metáfora empobrecedora también encierra una pretensión de novedad. Según esta visión, el Frente Amplio representaría las nuevas maneras de hacer política, así como una forma profesional y actualizada de ejercer el gobierno. Los partidos fundacionales, en cambio, representarían una visión anticuada y un estilo de gobernar perimido.

Pero ocurre que esta pretensión es falsa, y para verlo alcanza con un ejemplo.

Si algo caracteriza a las concepciones más actuales y democráticas de hacer política, es la tendencia a rendir cuentas ante la ciudadanía. Un gobierno alineado con esas tendencias es un gobierno que cultiva la transparencia y se deja controlar.

Pero no es eso lo que está ocurriendo. Los gobiernos del Frente Amplio debilitaron las unidades reguladoras como Ursec y Ursea, a las que privaron de recursos y de potestades. También abandonaron la tradición de votar las comisiones investigadoras que se soliciten en el Parlamento. No lo hicieron con Pluna (con resultados conocidos), no lo hicieron hace pocos días con el Fondes y no lo hicieron en varias ocasiones más.

En otros casos, los gobiernos del Frente Amplio han hecho el gesto políticamente correcto de crear organismos de control, pero luego los vaciaron. Un caso notorio es el Instituto Nacional de Educación (Ineed), al que primero dotaron de un directorio controlado por los evaluados (hipotecando su independencia) y ahora están desmantelándolo desde el punto de vista técnico.

Tres de los seis miembros del directorio del Ineed representan a los evaluados (ANEP y la educación privada). La presidencia del órgano corresponde al MEC, pero el MEC decidió poner en ese cargo a la profesora Alex Mazzei, que fue directora general de Secundaria hasta el año 2010. Quiere decir que, cuando hoy se evalúan los resultados que obtiene Secundaria, se está evaluando su gestión. Eso pone mucha presión sobre sus subordinados. Para completar, en los últimos meses se ha expulsado del Ineed a las personas mejor preparadas desde el punto de vista técnico.

La idea de que el Frente Amplio es el avance y los demás partidos el retroceso no solo es una metáfora autoritaria. Es una metáfora insostenible.

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Pablo Da Silveira

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