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Empezando mejor

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Por un momento pareció que este año iba a ser igual a los anteriores: el inicio de cursos coincidiría con el de los paros docentes y, consecuentemente, con la pérdida de horas de clase. Pero al final las cosas no ocurrieron así y el año lectivo empezó mejor que muchos otros.
La causa de este cambio no está en que se hayan superado todos los problemas edilicios que afectaban a los liceos. Es verdad que hubo algunas mejoras, pero muchos problemas persisten y, de manera general, el estado de la infraestructura está por debajo de los estándares aceptables. Así que la explicación tiene que estar en otra parte.

Por un momento pareció que este año iba a ser igual a los anteriores: el inicio de cursos coincidiría con el de los paros docentes y, consecuentemente, con la pérdida de horas de clase. Pero al final las cosas no ocurrieron así y el año lectivo empezó mejor que muchos otros.
La causa de este cambio no está en que se hayan superado todos los problemas edilicios que afectaban a los liceos. Es verdad que hubo algunas mejoras, pero muchos problemas persisten y, de manera general, el estado de la infraestructura está por debajo de los estándares aceptables. Así que la explicación tiene que estar en otra parte.

Los malpensados dirán que es el año electoral. Todos sabemos que existe una alianza estratégica entre la izquierda política y los sindicatos, de modo que la idea de no perjudicar los intereses electorales de la coalición de gobierno pudo haber jugado su parte.

Pero, aun si ese fuera el caso, no es menos cierto que hubo una reacción enérgica de la nueva directora general de Secundaria, que visitó un buen número de institutos para evaluar la gravedad de sus problemas edilicios y luego mantuvo una reunión con los dirigentes sindicales que estuvo lejos de ser un intercambio de piropos. Al cabo de esa reunión, los sindicatos modificaron su beligerante actitud inicial y contribuyeron a asegurar el comienzo de cursos.

El episodio sirve para aclarar una confusión que aparece a veces en los debates sobre la enseñanza. Esa confusión tiene que ver con la responsabilidad que corresponde a los sindicatos en la crisis que estamos atravesando.

Muchas analistas coinciden en señalar (y usted está leyendo a uno de ellos) que nuestra enseñanza ha quedado presa de los intereses corporativos. En lugar de favorecer ante todo a los alumnos y sus familias, el sistema privilegia los intereses de quienes viven de la enseñanza pública, es decir, los docentes y funcionarios. Los sindicatos son un actor esencial en este escenario, porque son las organizaciones que defienden los intereses de esos grupos ocupacionales.

Hay quienes interpretan este diagnóstico como una manera de decir que la culpa de todo la tienen los sindicatos. Pero esta es una simplificación inaceptable. Los sindicatos de la enseñanza uruguaya no son mejores ni peores que los de otras partes del mundo. Simplemente son organizaciones que defienden los intereses particulares de grupos específicos, aunque frecuentemente adopten un lenguaje universalista para disimularlo (como hacen muchas corporaciones).

El problema de nuestra enseñanza es un problema de balance. En parte por problemas de diseño institucional (agravados por la última Ley de Educación) y en parte por razones políticas, la voluntad sindical casi no encuentra contrapesos y, en consecuencia, sigue buscando sus objetivos sin fijarse en los costos que hace recaer sobre otros (como también suelen hacer las organizaciones corporativas).

Esta dinámica se agudizó durante los dos gobiernos frentistas. Pero episodios como el que acaba de ocurrir muestran que los dirigentes sindicales no son irracionales. Cuando su acción encuentra resistencias, saben frenar y cambiar de rumbo. Eso es lo que tiene que pasar en los próximos años si queremos mejorar nuestra enseñanza. Hace falta instalar contrapesos adecuados al poder sindical y luego abrir instancias de diálogo para construir soluciones entre todos.

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Pablo Da Silveira

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