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Educación y PBI

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Desde que Tabaré Vázquez prometió un gasto educativo equivalente al 6% del Producto Bruto Interno (PBI), el tema se convirtió en un asunto político. Para sus simpatizantes se trata de un buen anuncio, al punto que reclaman que los demás candidatos digan cuánto están dispuestos a gastar. Sus críticos piensan (pensamos) que es un acto de demagogia. Pero nadie ha discutido si es inteligente medir el gasto educativo como porcentaje del PBI.

Desde que Tabaré Vázquez prometió un gasto educativo equivalente al 6% del Producto Bruto Interno (PBI), el tema se convirtió en un asunto político. Para sus simpatizantes se trata de un buen anuncio, al punto que reclaman que los demás candidatos digan cuánto están dispuestos a gastar. Sus críticos piensan (pensamos) que es un acto de demagogia. Pero nadie ha discutido si es inteligente medir el gasto educativo como porcentaje del PBI.

¿Se trata realmente de una buena idea? El punto es más complejo de lo que puede parecer. El gasto educativo como porcentaje del PBI nos informa sobre el esfuerzo que está haciendo una sociedad en relación a la riqueza que produce, pero no nos dice nada sobre la relación entre ese esfuerzo y las necesidades existentes. Por eso, ese simple numerito puede llevar a engaños y confusiones.

Imaginemos dos sociedades muy simples, compuestas de 100 individuos cada una. Supongamos que cada una de esas sociedades tiene un PBI de 100.000 dólares (las cifras son disparatadas pero ayudan a simplificar los cálculos). Supongamos que ambas gastan en educación el 5% del PBI. Ambas gastan, por lo tanto, 5.000 dólares. Parece que estamos ante dos situaciones idénticas.

Agreguemos ahora otro dato: la primera de esas sociedades tiene una población joven mientras que la segunda tiene una pirámide de edades envejecida. Digamos que, en la primera, el 50% de la población tiene entre 4 y 18 años, mientras que en la segunda eso sólo ocurre con el 25%. Como ambas sociedades tienen 100 habitantes, esto quiere decir que la primera tiene 50 personas en edad de ser escolarizadas, mientras la segunda tiene 25. Si dividimos los 5.000 dólares que cada una gasta en educación entre esas cifras, nos encontramos con que la primera tiene para gastar 100 dólares anuales por alumno (asumiendo que todas las personas en edad de ser escolarizadas efectivamente lo son), mientras que la segunda dispone de 200 dólares. El gasto como porcentaje del PBI es el mismo, pero una dispone del doble de dinero por alumno que la otra. La igualdad es engañosa.

Agreguemos ahora el factor tiempo. Supongamos que las dos sociedades mantienen el gasto educativo en el 5% del PBI durante diez años. Pero la economía de la primera sólo crece un 10% en ese período, mientras que la segunda crece un 40%. Ahora, el PBI de esas sociedades es, respectivamente, de 110.000 y 140.000 dólares. Supongamos que el tamaño y la estructura de la población se mantuvieron incambiadas. Ahora, la primera sociedad tiene para gastar 110 dólares por alumno (5.500 dividido 50), mientras que la segunda dispone de 280 dólares (7.000 dividido 25). Las dos sociedades siguen gastando en educación el 5% del PBI, pero el gasto por alumno en una de ellas es más de dos veces y media el gasto de la otra.

El gasto educativo como porcentaje del PBI es un indicador grueso y frecuentemente engañoso. Sirve para algunos propósitos y no para otros. ¿Por qué entonces se lo usa tanto? Porque le resulta cómodo a mucha gente. Es cómodo para los académicos y burócratas que hacen comparaciones internacionales; es cómodo para las corporaciones que, en contextos de crecimiento, piden mucha más plata aparentando que no suben demasiado sus exigencias; y es cómodo para los políticos en campaña que quieren seducir con cifras mágicas. Pero los cálculos que importan son más complejos y más inciertos.

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Pablo Da Silveira

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