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La doble vara

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El domingo de mañana, a la hora de votar, la candidata Lucía Topolansky dijo a la prensa que con estas elecciones departamentales se inauguraba “una nueva era”, porque a partir de ahora “ya no habrá en la Junta Departamental de Montevideo más ediles colorados y blancos” sino “de la Concertación”.

El domingo de mañana, a la hora de votar, la candidata Lucía Topolansky dijo a la prensa que con estas elecciones departamentales se inauguraba “una nueva era”, porque a partir de ahora “ya no habrá en la Junta Departamental de Montevideo más ediles colorados y blancos” sino “de la Concertación”.

Seguramente esas declaraciones le parecieron ingeniosas, como seguramente habrán sido festejadas por buena parte de sus seguidores. Pero en realidad se trata de una de las chicanas políticas más torpes que se han escuchado en los últimos tiempos. Si aplicáramos el mismo razonamiento a su propia fuerza política, deberíamos concluir que hace mucho que no existen ediles, diputados ni senadores que sean socialistas, comunistas o del MPP, porque todos son votados en listas que dicen “Partido Frente Amplio”.

Que la candidata derrotada el domingo no haya pensado en eso, como seguramente tampoco pensaron quienes la aplaudieron, no es una simple distracción sino el resultado de una operación mental casi compulsiva: lo que se aplica a los demás no se aplica a nosotros mismos. Si los otros presentan varios candidatos bajo un mismo lema, eso está mal. Pero si lo hacemos nosotros, entonces está bien. Si los demás hacen promesas en campaña y en seguida de llegar al gobierno dicen que no podrán cumplirlas, eso está muy mal. Pero si lo hacemos nosotros, entonces está bien. Que un gobierno de otro partido quiera asociar a las empresas públicas con capitales privados está muy mal. Pero está bien si lo hace nuestro gobierno, porque (como dijo el ex Ministro Mario Bergara durante una recordada estadía en Washington en 2005) “ahora lo vamos a hacer nosotros”.

Exactamente lo mismo vale para el último libro que reúne declaraciones del ex presidente Mujica. Mientras Mujica insultaba, descalificaba y era desleal con otros, eso no solo estaba bien sino que lo hacía merecedor del aplauso y del voto. Pero si insulta, descalifica y es desleal con los nuestros, entonces está muy mal y nos sentimos lastimados.

Mujica no cambió. No hay que olvidar que, desde el ya lejano “no sea nabo, Néber” (que fue la estocada final de un operativo montado para defenestrar a un gran periodista) siempre practicó el insulto y la descalificación patotera. Y siempre mostró también una gran capacidad para la deslealtad. Lo que está haciendo ahora con los autores de “Una oveja negra al poder” es lo mismo que le hizo hace años a Alfredo García, el autor de “Pepe Coloquios”: como se arrepintió de algunas cosas que había dicho, lo acusó de mentiroso.

La doble vara se ha convertido en la regla fundamental de la moral de muchos. Constanza Moreira se duele ahora porque intentan descalificarla diciendo que tiene “corazón capitalista”, pero se olvida de que hace pocos meses ella misma firmaba una campaña publicitaria que intentaba descalificar a un candidato presidencial tratándolo de “pituco”. ¿Por qué aquello estaba bien y esto está mal? Porque ahora ella es la víctima. La doble vara es un síntoma de infantilismo moral. Así es como actúan los niños. Si lo hago yo está bien, pero si me lo hacen a mí pataleo. Si lo hace mi amigo es gracioso, pero si lo hace el compañero de clase al que no quiero, entonces me peleo.

El Uruguay va a convertirse en un país mejor cuando el conjunto de sus dirigentes políticos (y buena parte de quienes los siguen) superen este estadio primitivo.

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Pablo Da Silveira

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