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El dinero y el poder

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Las semanas pasan y el conflicto de la enseñanza sigue su curso. Como ocurrió desde el inicio, todo sigue reduciéndose a una lucha por poder y por dinero. Ni por un momento hubo nada parecido a un debate entre proyectos educativos.

Las semanas pasan y el conflicto de la enseñanza sigue su curso. Como ocurrió desde el inicio, todo sigue reduciéndose a una lucha por poder y por dinero. Ni por un momento hubo nada parecido a un debate entre proyectos educativos.

Es verdad que en los últimos días el gobierno levantó la proscripción que tenía enmudecido al subsecretario de Educación, Fernando Filgueira, porque hacía falta mostrar a alguien con ideas. Pero todo el mundo supo que se trataba de una movida táctica.

Lo único que ha cambiado en estos días es que la pulseada por el poder y la pulseada por el dinero, parecen haber tomado caminos diferentes. La puja por el poder fue claramente ganada por los sindicatos de la enseñanza. O más bien, fue perdida por el gobierno. La declaración de esencialidad fue un error que primero dejó al presidente Vázquez en una situación de soledad e impotencia, y luego obligó a una marcha atrás humillante.

El gobierno perdió legitimidad para ejercer influencia sobre la educación y quedó con una ministra debilitada. Los sindicatos consiguieron dividir al gobierno, recuperaron capacidad de movilización y hoy saben que la esencialidad no volverá a ser usada en su contra en lo que resta del quinquenio.

Una pregunta interesante es por qué un gobernante tan experimentado como Vázquez, cometió un error tan grosero. Y si bien la respuesta no es obvia, hay al menos una hipótesis probable: Tabaré Vázquez no ha llegado a percibir plenamente (como es probable que no lo perciba el grueso de los uruguayos) cuánto cambió el país durante los años de presidencia de José Mujica. Fueron cinco años de ignorancia de las formas y de descuido de los cauces institucionales. Fueron cinco años de atentar contra los códigos compartidos que nos permitían entendernos en el espacio público (empezando por las maneras de hablar y de vestir cuando se ejercen ciertas responsabilidades). Fueron cinco años de erosión de la base simbólica que hace posible el ejercicio de la autoridad legítima.

Durante su primera presidencia, Vázquez fue muy exitoso en el ejercicio de la autoridad. Lanzó una dura campaña contra el cigarrillo y de inmediato consiguió niveles de acatamiento asombrosos. Utilizó exitosamente las declaraciones de esencialidad contra los transportistas y los trabajadores de la salud. Impulsó sin turbulencias una gran reforma impositiva. Ahora parece haber querido actuar en línea con aquellos antecedentes, pero fracasó de plano. Por cierto, los docentes no son los transportistas ni el Frente Amplio de hoy es el de hace diez años. Pero a Vázquez le sobra inteligencia para saberlo. Lo que tal vez le cueste percibir es hasta qué punto el país se ha “mujiquizado”. Hoy somos menos república y más patota.

En los últimos días, el gobierno ha sabido fortalecerse en la pulseada por el dinero para la enseñanza. La amenaza lanzada (o toman lo que ofrecemos o se quedan sin nada) es perfectamente creíble porque el presidente tiene las potestades para cumplirla. Pero esta posible victoria no neutraliza la dura derrota sufrida en la lucha por el poder, ni mucho menos elimina las dificultades que hoy existen para ejercer la autoridad legítima.

El presidente Vázquez debería entender rápidamente este problema, entre otras cosas porque él mismo contribuyó a crearlo. No se trata del legado de un adversario, sino de la obra de sus socios políticos.

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Pablo Da Silveira

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