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Cosse y la verdad

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Pablo Da Silveira
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La edición uruguaya de la revista Noticias publicó el fin de semana pasado una larga entrevista a la precandidata del Frente Amplio Carolina Cosse.

 Allí, entre otras cosas, la exministra da una explicación asombrosa sobre las declaraciones que hizo a mediados de diciembre, cuando dijo que ni Cuba ni Venezuela son dictaduras. Apenas dos meses después de aquel episodio, Cosse afirma que esas palabras fueron dichas “en su condición de ministra” y que, en realidad, “jamás” querría para Uruguay un régimen como el que existe en Venezuela.

Como es obvio, no estamos ante una matización sino ante una contradicción lisa y llana, al punto de que esas dos declaraciones podrían haber sido hechas por personas diferentes. Tampoco estamos ante el resultado de una lenta evolución que haya conducido con el tiempo a un cambio de opinión radical. Entre la primera declaración y la segunda apenas median ocho semanas. Pero lo peor no es eso, sino la justificación que ofrece la precandidata para explicar su conducta.

Las declaraciones originales, dice Cosse, fueron hechas en su condición de ministra. O sea: si uno ocupa un alto cargo de gobierno, está moralmente autorizado a decir a los ciudadanos cosas que sabe que son falsas, si así lo recomienda la conveniencia política. Para Cosse, este argumento no solo justifica callarse una opinión personal, sino decir exactamente lo contrario de lo que uno piensa. Y justifica hacerlo aun ante situaciones dramáticas, en las que están en juego la libertad y el respeto de los derechos humanos.

El episodio merece al menos dos reflexiones. La primera consiste en recordar que esta no es una rareza de la ingeniera Cosse, sino una cultura compartida por gran parte de la izquierda. Para esa cultura, la verdad no consiste en alguna clase de correspondencia con los hechos, sino en aquello que nos permite alcanzar nuestros objetivos políticos. Si durante décadas es políticamente conveniente negar los crímenes de Stalin, toda acusación al respecto será denunciada como una canallesca maniobra del imperialismo.

Si a partir de cierto momento es políticamente conveniente presentar a Stalin como un represor sangriento (y de paso liberar de responsabilidades a todos los demás), entonces los crímenes pasan a ser una verdad asumida.

Para quienes adoptan esta visión, lo que el común de las personas llamamos “mentir” no es una práctica moralmente condenable. Nuestro deber no consiste en respetar la dignidad de los hechos sino en hacer avanzar la historia en la dirección correcta, que casualmente es la más conveniente para nuestros intereses políticos. Como dice Rubashov (el protagonista de una célebre novela de Arthur Koestler sobre los procesos estalinistas), “el Partido solo conoce un crimen: apartarse del curso de acción que se trazó”.

La segunda reflexión tiene que ver con el valor que corresponde dar a la palabra de la ingeniera Cosse. Si hoy se desdice de lo que dijo hace dos meses explicando que aquello fue dicho en su condición de ministra, ¿cuánto podemos confiar en lo que diga durante la campaña electoral? ¿No ocurrirá que, en el caso de ser electa presidenta de la República, diga que las promesas que hizo fueron dichas en su condición de candidata, y por lo tanto carecen de valor? Eso ya nos pa-só hace cinco años con la promesa de no subir los impuestos. Deberíamos tener fresca la lección.Pablo da Silveira,Cosse y la verdad, condición de ministra, aumento de impuestos

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