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El caso Vivián Trías

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La desclasificación de documentos que presentan a Vivián Trías como un espía al servicio del gobierno checoslovaco sacudió al Partido Socialista. No es fácil explicar que una de las figuras más destacadas de su historia (fue varias veces diputado, secretario general y fundador del Frente Amplio) haya aceptado dinero y otras prebendas a cambio de actuar como agente encubierto.

Peor es saber que ese vínculo se prolongó durante 13 años (desde 1964 hasta 1977). Y más incómodo aún es asimilar que la investigación haya sido honestamente realizada por un ex militante socialista: el historiador Fernando López D’Alessandro. Aquí no hay ninguna conspiración de la derecha.

Las primeras reacciones fueron toscas y previsibles: varios dirigentes hablaron de “canallada” y cuestionaron el valor de los documentos. Luego tuvieron una reacción más adulta y crearon un comité encargado de estudiar el tema. Ante tantas idas y venidas, la pregunta relevante es: ¿por qué este episodio les resulta tan perturbador?

Lo que hoy se sabe de Trías no lo convierte en un traidor a su partido. En aquel tiempo, la gran mayoría de los socialistas uruguayos eran prosoviéticos: su fidelidad a la causa del socialismo mundial pasaba por un firme alineamiento con el bloque liderado por Moscú. Que Checoslovaquia fuera una dictadura comunista no era grave, porque el Partido Socialista apoyaba a todas las dictaduras comunistas (todavía en 1989, mandaba un telegrama de felicitación al dictador rumano Nicolae Ceausescu). Ni siquiera es traición que Trías haya visto con buenos ojos el golpe de Estado del general Videla en Argentina, al que asignaba intenciones progresistas, ya que el Partido Socialista entero (incluido Trías) había hecho lo mismo ante el alzamiento militar uruguayo de febrero de 1973.

Tampoco es seguro que lo hecho por Trías resulte políticamente condenable para buena parte de los socialistas de hoy. Dentro del PS actual conviven leninistas, nostálgicos del viejo mundo bipolar, defensores sinceros de los valores democráticos y adeptos a diversas variantes de un socialismo nacional o regional. Las tensiones entre ellos se reflejan, por ejemplo, en la actitud hacia Venezuela.

El problema con Trías es que él se presentaba a sí mismo como una alternativa a la ortodoxia leninista. En su trabajo como intelectual se había alineado con el revisionismo histórico, se había definido como un antiimperialista defensor de la causa latinoamericana y había acuñado la idea de un “socialismo nacional”. Que justamente él termine siendo un espía a sueldo de un servicio de inteligencia extranjero que trabajaba para un imperio, no solo pone en tela de juicio la consistencia de su pensamiento sino su sinceridad.

El golpe es duro para muchos socialistas renovadores, que suelen sentirse parte de una tradición política que permitiría ser socialista sin debilitar la identidad uruguaya y latinoamericana. Ahora, el latinoamericanismo de su principal referente teórico aparece como una impostura, comparable al falso patriotismo ruso al que apeló Stalin durante la Segunda Guerra Mundial.

La noticia también es mala para los socialistas ortodoxos. Primero, porque es difícil asimilar que un alto dirigente partidario haya sido espía y haya lucrado con esa condición. Segundo, porque los ortodoxos quieren controlar políticamente a los renovadores, pero no quieren perderlos.

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