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La bomba Illich

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pablo da silveira
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En un libro publicado en 1970 (La sociedad desescolarizada) Iván Illich lanzó un feroz ataque contra los sistemas educativos controlados por el Estado.

Este anarquista amigo de Paulo Freire decía cosas que descolocaron profundamente a una izquierda que siempre se había identificado con la causa de la enseñanza pública.

Illich empieza por observar que, desde fines del siglo XIX, la escuela pública viene defraudando su promesa de transmitir conocimiento en forma masiva, especialmente a los más débiles. Este fracaso persiste pese al enorme crecimiento del gasto educativo: “en todo el mundo, los costos de la escuela han aumentado con mayor velocidad que el número de alumnos y más velozmente que el producto nacional bruto”.

La conclusión que muchos sacan de este fenómeno, sostiene Illich, es que “la educación es una tarea muy costosa, muy compleja, siempre misteriosa y con frecuencia casi irrealizable”. Pero la conclusión correcta es que están fracasando los docentes. La prueba es que casi todos los demás tienen éxito allí donde ellos no lo tienen: las familias son muy exitosas en enseñar la lengua materna y muchos saberes prácticos; los adolescentes son muy eficientes enseñándose cosas buenas y malas; las iglesias consiguen enseñar idiomas a sus misioneros; las empresas entrenan a su propio personal; los viejos maestros de hebreo son capaces de enseñar esa lengua en las sinagogas. Los únicos que claramente fallan son los maestros de la escuela tradicional.

Illich atacó a todos los sistemas educativos existentes, independientemente de que funcionaran en países ricos o pobres. A todos los describió como organizaciones cuyo verdadero objetivo no es el declarado (distribuir saber) sino reproducirse a sí mismas para proporcionar beneficios a quienes las controlan. Con el fin de lograr este propósito, los sistemas educativos difundieron con éxito una serie de mitos. Por ejemplo, el mito de que más aprendizaje es el resultado de más años de escuela. O el mito de que los títulos emitidos por el sistema escolar acreditan conocimientos. O el mito de que un maestro bueno es un maestro titulado.

En opinión de Illich, ninguna de estar afirmaciones resiste una crítica seria. Basta observar con atención para descubrir que la mayor parte de los aprendizajes que importan se producen fuera de la escuela: “los niños normales aprenden su lengua materna de manera informal, aunque lo hacen más rápido si los padres les prestan atención. Mucha gente que aprende una segunda lengua lo hace como resultado de circunstancias aleatorias, y no gracias a la enseñanza organizada: se van a vivir con sus abuelos, viajan, se enamoran de un extranjero. La fluidez en la lectura es frecuentemente el resultado de actividades extracurriculares. Mucha gente que lee mucho y con placer, simplemente cree que aprendió a hacerlo en la escuela. Pero si se los desafía, descartan fácilmente esa ilusión”.

Lo mismo ocurre con la idea de que los certificados son una prueba de que se ha aprendido (una maniobra de marketing, dice Illich) o la noción de que la titulación de maestros garantiza buenos docentes: “muchas personas que enseñan arte o negocios son menos hábiles, menos creativos y menos comunicativos que los mejores artistas y hombres de negocios”.

Radical, desmesurado, transgresor, Iván Illich dejó plantadas algunas dudas que merecen reflexión.

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