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El agente Ríos

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PABLO DA SILVEIRA
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Hace cosa de un par de años, empezó a circular una información incómoda para el Partido Socialista uruguayo: Vivián Trías, uno de sus grandes referentes históricos, doctrinario, secretario general, varias veces diputado y fundador del Frente Amplio, había sido un espía a sueldo de los servicios de inteligencia checoslovacos, que a su vez eran una especie de sucursal de los servicios soviéticos en América Latina.

Esta acusación ya era suficientemente grave, pero más grave todavía era su origen. Quien traía a la luz estos datos no era un pérfido agente de la derecha, sino Fernando López D’Alesandro, un hombre que, además de ser historiador profesional (y contar, por lo tanto, con todas las credenciales necesarias desde el punto de vista académico), era un exdirigente del propio Partido Socialista.

Las reacciones que se desencadenaron siguieron el manual que suele aplicarse en estos casos. Primero hubo gritos de indignación y apelación a palabras como “canallada”. Luego se creó un comité encargado de estudiar el tema, que básicamente dejó enfriar las cosas y emitió un veredicto anodino, que minimizó los hechos y licuó responsabilidades. Recientemente se pasó a la última fase: el mes pasado se organizó un homenaje a Trías en Las Piedras (la ciudad donde nació), con la participación de conocidos dirigentes de la izquierda (Gonzalo Civila, Sebastián Sabini).

Todo se hizo en clave de elogio y admiración, como si no pesara ninguna acusación ni ninguna sospecha seria. Es decir, empezó la etapa de construir el mito a contrapelo de toda evidencia histórica.

Pero la realidad insiste en asomarse. Hace un par de meses, editorial Planeta publicó “El hombre que fue Ríos”, un libro en el que López D’Alesandro presenta y contextualiza la información que se ha recuperado hasta ahora, básicamente gracias a la apertura de archivos de los antiguos servicios de inteligencia del bloque socialista. Y el resultado es demoledor.

D’Alesandro muestra más allá de toda duda razonable que Trías fue un espía, que era perfectamente consciente de serlo, que recibió órdenes y pidió permiso a sus superiores, y que obtuvo importantes beneficios económicos: solo en 1965 cobró 1.500 dólares por su trabajo, equivalentes a unos 12 mil dólares de hoy. Entre julio de 1966 y julio de 1968 recibió unos 4.150 dólares, equivalentes a unos 31 mil dólares actuales. El vínculo entre Trías y la inteligencia checa se prolongó entre 1964 y 1977, aunque los pagos empezaron antes de su reclutamiento formal.

Pero lo peor que muestra el libro es la dimensión política del asunto: al ponerse a disposición de los servicios de inteligencia de un país extranjero, Trías aceptó usar a su propio partido como instrumento. Algunos reposicionamientos que impulsó desde su condición de alto dirigente partidario (por ejemplo: la creciente aproximación con la Unión Soviética, lo que significaba un quiebre con una postura inicial mucho más crítica e independiente) no fueron el resultado de una evolución espontánea de sus opiniones sino una tarea acordada con sus empleadores. Trías aparece así como una figura profundamente desleal, tanto hacia su país como hacia su propio partido.

El libro de D’Alesandro contiene juicios e interpretaciones que pueden dar lugar a más de una discusión. Pero su efecto sobre la reputación política y personal de Vivián Trías es inapelable y demoledor.

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