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La gripe española en Uruguay

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OMAR LÓPEZ MATO
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Esta es la historia de la mal llamada gripe española, quizás la más estudiada en la historia de las enfermedades, no se originó en la península Ibérica, como sugiere su nombre, sino en Kansas, más precisamente en Haskell County, en enero de 1918.

La movilización de tropas norteamericanas para participar en la contienda mundial fue lo que facilitó la diseminación por Europa.

El primer caso registrado en el viejo continente fue en el puerto de Brest, en pleno verano europeo. De allí se diseminó al resto del mundo. Las cifras de las víctimas van de 17 a 50 millones de contagiados, aunque algunos estudiosos lo extienden a 100 millones, porque llegó a partes recónditas del África, Alaska e islas de la Polinesia, lugares donde causó estragos, ya que en algunos pueblos remotos la mortalidad fue superior al 50%.

Los países beligerantes censuraron la difusión de la dispersión de la enfermedad causada por el virus de la gripe tipo A, subtipo H1N1. En España, al no estar en guerra, no existió tal censura. Por esta razón los medios dieron difusión a la diseminación de la gripe, que comprometió al mismo rey Alfonso XIII. De allí que esta gripe se ganara el título de española.

La pandemia evolucionó en tres brotes. El primero fue cuando las tropas llegaron a Europa, donde se diseminó rápidamente comprometiendo a ambos bandos, a punto tal que los alemanes debieron suspender una ofensiva contra París porque tenían 40 mil enfermos. La primera ola fue relativamente benigna, aunque desde un inicio comprometió a los jóvenes combatientes. La segunda oleada comenzó hacia fines de 1918 afectando no sólo a los soldados sino a la población civil. La virulencia creció, ocasionando muertes entre los infectados sin diferenciación de edad.

Evidentemente una mutación del virus había aumentado su agresividad. Para entonces esta ola era mundial, comprometiendo hasta la tercera parte de la población con una mortalidad que ascendía al 15%. Sin embargo, muchos países en África y Oceanía no tenían sistemas sanitarios confiables y las cifras varían, siendo China, según lo que se conoce, el país más afectado.

En 1918 el virus llegó a América del Sur, donde las muertes ascendieron oficialmente a 2.000 personas en Paraguay, y 15 mil en Argentina. En Brasil informaron 11.500 fallecimientos, y la llegada del virus a Uruguay se produjo tras el arribo de campesinos españoles, que llegaron en el vapor de bandera británica, el Demerara.

El brote inicial de 1918 fue más benigno que la forma clínica que se estableció en 1919. Sin embargo, la grippe -como le decían los franceses- o influenza- como le decían los italianos e ingleses- causó poca mortandad. Por esa época se había establecido el Lazareto en la Isla de Flores, dónde los viajeros debían guardar cuarentena. En el último trimestre del año 1918 llegaron 54 buques transportando 8.805 pasajeros de los cuales 1.100 estaban enfermos y 75 fallecieron.

La segunda ola fue en el invierno de 1919 y comprometió fundamentalmente a la ciudad de Montevideo. En Europa se cursaba el tercer pico que fue poco agresivo, aunque llegó a afectar al presidente Woodrow Wilson durante la Conferencia de Paz en Versalles.

Una circunstancia curiosa ocurrió en el famoso saladero de Liebig, cuando de un día para otro se reportó un aumento brusco de sintomatología en un grupo de trabajadoras. El médico inmediatamente las examinó y solo pudo detectar dos casos con gripe. Las demás, según indicó, eran presas de “un fuerte ataque de histerismo”.

Los recursos terapéuticos eran escasos y hasta no se tenía clara la etiología. El origen virósico permanecía en discusión. De allí que las propuestas de tratamiento eran variadas y caseras.

No había mucha diferencia con lo que se recomendaba en Europa o Estados Unidos, donde existía más tendencia a usar derivados del opio y usar suero de convalecientes.

En Uruguay, al igual que en otras partes del mundo, se ensayó una vacuna antigripal, aunque con poco éxito. Uruguay no restringió la movilidad de los individuos, sino que basó su accionar en medidas higiénicas y no terapéuticas, apelando a la responsabilidad. Sus resultados fueron mejores que el de sus vecinos, gracias al pensamiento preclaro de médicos como Alfredo Vidal y Fuentes (1863-1926), Arnoldo Berta (1881-1945), y Ángel Gaminara (1884-1960), héroes que no siempre reconocemos.

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