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Nueva modernización

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FRANCISCO FAIG
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En 2012 publicamos con Fanny Trylesinski “El modelo de modernización nacionalista”.

Sobre la base de la tesis de Boltanski y Chiapello (“El nuevo espíritu del capitalismo”) mostramos cómo, en cada tiempo que le tocó gobernar en el siglo XX (1959-1967 y 1990-1995), el Partido Nacional (PN) operó reformas económicas y sociales que insertaron al país en su correspondiente época internacional.

Ese impulso gubernativo no era casualidad, sino que respondía a una forma de concebir la democracia; de leer lo que efectivamente ocurría en el mundo; y de potenciar un proceso de modernización cuyo norte era la convicción de la extensión de la libertad individual con base nacionalista. Ese nacionalismo, importa decirlo, no es excluyente o agresivo, sino que se siente parte de los valores liberales de la civilización occidental de la que formamos parte, a la vez que se apoya, serenamente, en el sentido de identidad y las características propias que conforman el ser uruguayo.

La circunstancia histórica ha querido que el nuevo gobierno que asumió este año, marcado por el signo de los blancos, también se inserte en esa perspectiva que narramos con Fanny para los dos períodos del siglo XX. Primero, porque al articular la coalición republicana, el PN está reformulando al sistema de partidos con la arquitectura de la Constitución de 1997, y abriendo así un nuevo y duradero tiempo democrático de grandes certezas institucionales y potente gobernabilidad.

Segundo, porque de nuevo se está marcando un fuerte signo reformista que enfrenta los temas de fondo -como la reforma de la seguridad social, por ejemplo- con hondura y convicción. Y tercero y lo más importante, porque esta coyuntura mundial tan particular ha hecho que nuevamente quede claro el camino propio de la modernización nacionalista.

Ese camino consiste en enfrentar la pandemia con garantías democráticas afirmadas; con estrecho y publicitado vínculo entre política y ciencia; y con exigente sentido de solidaridad nacional y de responsabilidad individual. Esta triple combinación no existió en los países que son nuestros espejos por similitud cultural y/o por calidad democrática: Italia, España, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Argentina, Chile o Brasil. Y jamás hubiera ocurrido aquí si quien gobernara fuese el Frente Amplio.

Es cierto que los fanatizados lentes izquierdistas, que hace tanto tiempo que monopolizan la interpretación de lo político en el país, impiden tan siquiera leer esta realidad tan diáfana (y ni hablar de entenderla). Pero para los miles de uruguayos que ni los utilizan, ni sucumben a su miserable y engañosa propaganda que pretende vestirse a veces de seriedad académica, importa mucho dejar claro que el rumbo de este gobierno no es casual ni es anecdótico, sino que se inscribe en una tradición política que, cada vez, ha dado los mejores frutos al país.

Una de las conclusiones más relevantes de este año tan extraño, que hizo tan peculiares las exigencias del análisis político, es la constatación de estas afinidades de larga duración extendidas en tres momentos históricos tan distintos, y que refieren a identidades partidarias y convicciones políticas profundas. Se inició en este 2020 una nueva y fecunda etapa de modernización nacionalista.

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