Esta página que el sacrificado lector tiene hoy en sus manos ha sido escrita cuando todo lo que se comenta hoy es eco o reverberación de los sucesos de ayer.
En otras palabras, lo que el lector ya conoce no lo conocía el autor cuando escribía. A pesar de esa dificultad, creo que es posible comentar varias cosas.
La fecha que marca el comienzo de una nueva legislatura y de un nuevo período de gobierno indica, a la vez, una continuidad y una ruptura, una repetición y una novedad.
Quien escribe desde su corazón partidario podrá sentir una inclinación inicial a considerar la ruptura y la novedad como más importantes y dignas de reflexión que la continuidad o repetición. No obstante, luego de reflexión más asentada, no caben dudas que lo más significativo es la repetición y la continuidad.
Se ha vuelto a repetir -en un rito solemne y conocido, antiguo y siempre novedoso- la adhesión permanente y fiel del Uruguay a un sistema político y de gobierno republicano y de democracia representativa. Nuestro país realizó ayer lo mismo que ha hecho tantas veces antes en las fechas marcadas.
Un gobierno, que fue legítimamente electo, cesa en el lapso que determina la Constitución nacional y van a comenzar a hacerse cargo otros gobernantes, igualmente elegidos libremente por el pueblo uruguayo y también con un tiempo marcado para cumplir el mandato conferido y que habrá de ser traspasado a otros con sujeción a este mismo rito en fecha fija que desde hoy se conoce.
Esto, aunque parezca poca cosa a los que, en un tiempo de extravío, hablaron con ligereza de la democracia como formalidad hueca, es un galardón que distingue al Uruguay y lo coloca por encima de regímenes en los cuales el pueblo no tiene esa garantía.
Siendo aquello -la continuidad- lo más importante, lo de esta fecha también marca esta vez una novedad y una ruptura. Es el fin de un ciclo de tres gobiernos consecutivos del Frente Amplio; comienza otro gobierno con otro signo político claramente diferente. Es normal pero no por eso no deja de ser una sustitución. Con el mismo orgullo que los uruguayos proclamamos la continuidad institucional, festejamos también la rotación de los partidos políticos en el poder.
La decisión de las mayorías ciudadanas ha determinado, además de un cambio de partido, un cambio generacional, un pasar de gobernantes septuagenarios (al comienzo del mandato, octogenarios al final) a gente veinte o treinta años más nueva. Esto es circunstancial pero no deja de ser un gran cambio.
Además se verifica otro cambio, también circunstancial pero no menos importante: no habrá mayorías absolutas en el Parlamento que se inaugura.
Esa circunstancia determina el final de la regimentación de las decisiones, del desuso de los acuerdos y de la pereza legislativa y señala la desaparición del dominio para dar lugar a la negociación, es decir, para dar lugar a la política.
El 15 de febrero marca que viene otro gobierno y también que viene otro tiempo, el cual va a ser enfrentado y tramitado de modos también nuevos, por hombres nuevos con una cabeza nueva.
Hay algunos uruguayos que se manifiestan asustados por la novedad; otros estamos contentos y esperanzados. Tanto unos como los otros vamos a decir: ¡Viva Uruguay!