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No es oro todo lo que brilla

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Joaquín Secco García
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En septiembre de 2008 quebró el banco de inversión de Lehman Brothers, lo cual representó un hito para marcar el inicio de una crisis inicialmente financiera pero que más tarde tuvo impactos severos sobre las inversiones, el empleo, la productividad y sus efectos de contagio global a partir del comercio y de las cadenas de pagos.

La generalización de los impactos y la profundidad de los mismos dio lugar a un replanteo académico tendiente a mejorar el conocimiento acerca de la etiología y la terapéutica más apropiada para aliviar los peores efectos de las crisis económicas. Mientras que la gran crisis del 29 se combatió acentuando el rigor sobre el cumplimiento de las condiciones contractuales, el camino que se siguió durante la crisis de 2008 se orientó a facilitar el crédito y sostener la inversión, el crecimiento y el empleo.

El instrumento principal para lograr estos objetivos terminó siendo la tasa de interés y otros instrumentos que favorecieron la liquidez financiera y con ello el acceso al crédito. Estas estrategias, basadas en la mayor flexibilidad de los bancos centrales, tuvieron especial importancia en los países de América del Norte, Europa y Japón, pero en realidad favorecieron el sostenimiento de la actividad productiva a escala global. En los últimos años, los esfuerzos de una década han mostrado sus frutos.

Desde hace cuatro años, la reserva federal de EE.UU. ha venido adelantando el aumento de la tasa de interés sin que estos adelantos se hayan concretado como se habían previsto. La verdad es que ni se verificaron las presiones inflacionarias de las medidas iniciales ni los incentivos creados intensificaron más allá de lo conveniente el empleo y el eventual recalentamiento de la demanda y los salarios. Lo que en cambio se verificó fue una desvalorización de las monedas de los países más prósperos —con el dólar a la cabeza— favorecido por el mantenimiento de bajas tasas de interés que afectaba la preferencia por las monedas que aseguraban menor tasa de interés. La mecánica favorecía el atractivo —carry trade— por monedas menos confiables pero que se remuneraban con mayores tasas de interés las cuales se exigen como cobertura del riesgo de la menor confiabilidad. Países con monedas más riesgosas deben fijar mayores tasas de interés para acceder al crédito que les permita acceder al financiamiento necesario.

Nuestro país tuvo una década de condiciones que le permitieron mejorar sus condiciones financieras, reducir el endeudamiento y el déficit fiscal, aumentar la competitividad, mejorar el empleo y la inversión. No obstante la avidez por elevar el gasto público más allá de la prudencia y la evaluación del riesgo, llevó al gobierno a aumentar permanentemente sus costos a la vez que se reducían los ingresos. Habrá que elevar la tasa de interés tanto como sea necesario para obtener el financiamiento necesario.

En Argentina o Brasil el problema es más notorio mientras que Canadá tiene una vida más cómoda. Ocurre así el absurdo que las monedas que se desvalorizan —ejemplo el dólar— pierden valor y la economía se hace más competitiva. Aunque nadie lo describe, es como el adverso al atraso cambiario, mientras que para quienes debemos aumentar las tasas de interés para equilibrarnos, la circunstancia es de atraso cambiario.

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