El problema del Antel arena, que funcionará a pérdida más temprano que tarde; de las decenas de millones de dólares perdidos en los emprendimientos fallidos del Fondes —de los cuales Alas-U es el más conocido—; de los centenares de millones de dólares mal invertidos en Alur o en actividades de Ancap para nada rentables; o de las decenas de millones de dólares de UTE que apuntalan inversiones privadas en una matriz energética de recursos limpios pero carísima, no son solamente los malos manejos de dineros públicos que, en todos estos casos y más pronto o más tarde, terminan por hacerse evidentes.
El problema es, sobre todo, que en cada oportunidad que se decidió llevar adelante esas políticas (y otras similares, como por ejemplo gastar millones en una Universidad tecnológica para una reducida élite del Interior), se amputó la posibilidad de invertir dinero allí donde efectivamente más se lo precisa para asegurar un desarrollo sostenido en el tiempo, y revertir así la enorme fractura social que ha roto, casi que definitivamente, el país integrado y de medianías que caracterizó a nuestra esencia nacional durante décadas.
No es que una censura impida ver qué es lo esencial que el país precisa. Se sabe que en los barrios populares operan bandas delictivas que echan a familias humildes de sus casas; se sabe que quien allí colabore con la policía en arrestos de delincuentes termina con su casa incendiada, o incluso asesinado días más tarde; no hay vez que no se recuerde que, hoy, en las cárceles se tortura de la peor forma a miles de presos, y que reina allí la barbarie como lo mostró el reciente asesinato de Roldán; cualquiera ve que la pobreza y la indigencia han aumentado en estos últimos dos años, aunque lo niegue el oficialismo; y el hartazgo del mundo productivo se ha manifestado con claridad, al menos, desde las movilizaciones del Interior en enero pasado.
Ver la realidad de frente es darse cuenta que políticamente Cosse es a Antel arena lo que Sendic fue a Ancap en 2014. Y, más importante aún, constatar que es el mismo Frente Amplio el que, en cada oportunidad, los apoya con regocijo. Empero, lo que hay que además entender es que, entretanto, se perdieron cuatro años más para enfrentar los verdaderos problemas del país.
¿Cómo se logra que las nuevas generaciones sean la mano de obra productiva del futuro, cuando menos de uno de cada cinco jóvenes de 18 años termina secundaria a tiempo? Sobre todo, ¿cómo se logra si esa realidad se repite por lustros y si en vez de enfrentarla y cambiarla, una mayoría frenteamplista, relativa pero consistente, prefiere convencerse de sus propias mentirillas festejando inversiones que, en este estado de cosas, nunca debieran ser prioritarias?
La verdad es que el pan nuestro de cada día es la violencia contra personas y propiedades, sobre todo en los barrios más humildes; la falta de posibilidades reales de ascenso social para las nuevas generaciones de las pequeñas clases medias; y las extendidas perspectivas de emigración internacional de los relativamente más jóvenes y calificados —a pesar de que el oficialismo las disimule.
Para cambiar la realidad hay que empezar por mirarse en el espejo y asumirla tal cual es. Pero, se sabe, no hay peor ciego que el que no quiere ver.