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Europa en jaque

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Matías Chlapowski
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El año que acaba de comenzar contiene para Europa —cuna de nuestra civilización y origen de nuestros ancestros— serios, por no decir tremendos, desafíos.

También plantea preguntas sobre si el sistema democrático-liberal de gobierno permitirá sortear las dificultades que la jaquean: la emigración descontrolada, el descontento político y el terrorismo. Hay otros problemas, pero estos son los que más preocupan y potencian entre sí.

Respecto de la primera será inevitable limitar o tratar de terminar con la libre circulación de las personas en Europa y buscar —me pregunto con qué éxito— parar el flujo de inmigrantes desde el África y Asia. Si no se hace algo así relativamente pronto, la Unión Europea dejará de existir, tal como ocurrió siglos atrás con el Imperio Romano, invadido por los bárbaros.

En el Siglo V fue depuesto su último emperador, Rómulo Augustulo, en el 476 y Roma terminó su proceso de desintegración. El imperio de occidente no fue derrotado por la fuerza de las armas, si bien hubo batallas contra invasores como Atila. Pero la verdad es que las legiones no eran efectivas para rechazar la imparable avalancha de gente pobre que buscaba mejores perspectivas económicas atraídas por el ya declinante apogeo romano y su relativa abundancia. Así sucumbió esa gran civilización.

No ayudó el advenimiento del cristianismo que minó durante más de tres siglos su estructura social, ni los altos impuestos, la corrupción y la decadencia moral donde, para dar un ejemplo, la guardia pretoriana, creada para proteger al César, entre otras cosas, asesinaba por encargo. También hubo guerras civiles, pero lo principal fue el shock cultural que provocaron esos inmigrantes.

La historia debería alertarnos que algo parecido está volviendo a suceder. Los "muertos de hambre", los nuevos bárbaros que en esta ocasión intentan atravesar el Mediterráneo, y muchos lo logran, vienen en busca de mejores condiciones de vida. No los van a parar así no más. Los gobiernos europeos no se deciden a reconocer y enfrentar la invasión. Tienen en contra la opinión de muchos medios, religiones, además de varias ONG que ayudan a los náufragos evitando que se ahoguen en alta mar. Los acercan a la costa y tratan de darles destino.

Bien intencionados, rechazan la noción de que el desembarco de los menesterosos terminará con la civilización cristiana, algo decadente, libertaria, culta y próspera. Imponer cuotas, dejarlos entrar por mérito o profesión previo examen y aptitud en el idioma, es una utopía. Por otro lado, es imposible pensar que la acción de frenar el flujo pueda hacerse sin causar dolor.

Existen en el mundo unas 2.000 millones de personas que sobreviven con menos de dos dólares por día. Cientos de miles de ellos, a los que les quedan fuerza y ambición, emigran en este momento a la Unión Europea o haciendo planes para ello. Buscan escapar de la inanición y de las guerras. De la corrupción de sus caciques y de la falta de justicia, de la esclavitud. Llevan en su bagaje una cultura distinta, si así la queremos llamar. Son más prolíficos, ya están cambiando la etnia del continente europeo. Lo que se avecina es mucho más grave. La mayoría son musulmanes.

La idea de que la Unión Europea o las Naciones Unidas canalicen inversiones hacia esos países realmente sub desarrollados, sobrepoblados y los ayuden (a forjar su destino en el país y evitar que se trasladen) es una tarea ciclópea, difícil de realizar y los que tendrían o podrían aportar y pagar más impuestos, no están dispuestos a hacerlo. De hecho ¡quieren pagar menos y que sus dineros se gasten en su propio país!. Es lógico.

El descontento político está a la vista.

En Gran Bretaña se manifiesta con el Brexit. En España tenemos un claro intento de secesión por parte de los catalanes y las tremendas manifestaciones en Francia, son una muestra palpable que la gente no está conforme y quiere cambios. Algunos quieren romper todo. En Alemania Angela Merkel, una verdadera estadista, apenas pudo formar gobierno y ya cansada ha dicho que se piensa retirar de la política en menos de tres años. Hungría y Polonia ya se han pronunciado en forma tajante, que no admitirán más refugiados islámicos. Italia quiere seguir por ese camino.

Los votantes europeos tendrán, en seis meses, una oportunidad de plasmar su opinión en las elecciones del parlamento europeo. El populismo —que una década atrás prácticamente no existía— ahora ya es una seria molestia y a mitad de año puede llegar a protagonizar en Bruselas, una sorpresa desagradable.

El terrorismo extremista, de raíz musulmana, es más que una seria distracción. Han habido unos 70 atentados en distintos países de la Unión Europea, desde que se puso de moda este accionar causando, cerca de 500 muertes y dejado unos 2.000 lisiados y heridos graves de por vida. No parece ser esta una cifra relevante pero sí lo es si consideramos el costo que implica tratar de prevenir estos crímenes y minimizar sus daños.

¿Podrá la Unión Europea enfrentar con éxito los retos que enfrenta? ¿Cómo? ¿Cuánto tiempo le queda para reaccionar? El mundo se mueve a gran velocidad.

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